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Cómo me duele decirlo

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Resumen

Reflexiona sobre la dualidad del periodismo: su belleza y su ingratitud. Menciona la influencia de los medios en el poder y la importancia de la honestidad profesional. Cita a Ryszard Kapuscinski para abordar cómo las noticias se han convertido en herramientas de dominación.

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Dado que estaba en mis dulces vacaciones, quiero comentarles que he regresado. Uno llega a querer tanto su profesión, que parece que ésta tuviera su génesis en las mismas células madre del tuétano de sus huesos. Yo he llegado a pensar sobre el periodismo y la literatura, que son una enfermedad congénita, y que los que la padecemos estamos condenados a vivir como vivió Florentino Ariza después que se enamoró de Fermina Daza, en el fantástico relato de “El Amor en los tiempos del cólera”: muerto de tanto amor se le oían gorgoritar las lágrimas en el corazón. Porque el periodismo es así: ingrato pero hermoso a la vez. Ingrato puesto que, si honesto, muchas veces satanizan sus mensajes. Hermoso porque, no hay cosa más bella que agarrar uno su computador y dejar claro qué pasa en el averno.

Convencido de que sus letras le van a gustar a mucha gente, pero que también le van a disgustar a otra gente. Yo procuro no indisponer a nadie. Cuando Gustavo Petro ganó la presidencia de Colombia, a mí me dio por filosofar sobre, cómo le iba a ir en su administración. Antes de sentarme a escribir, consulté con el Oráculo de Delfos y éste me dijo, no en griego sino en un diáfano español, que al doctor Petrico, al principio le iba a tocar berraco porque, él había logrado llegar al gobierno, pero no al poder. Me dijo, por ejemplo, que los medios de comunicación, quien lo creyera, iban a ejercer una enorme oposición despiadada, puesto que eran propiedad de la más poderosa oligarquía criolla. Yo entendí eso como una cosa normal, puesto que cada cual defiende sus intereses.

Pero con lo que sí no contaba yo, y creo que muchos otros periodistas de corte democrático y claramente racionales, es que una enorme cantidad de connotados oficiantes de tan hermosa profesión, con el tiempo se convirtieran en una caterva de elementos detractores vergonzantes del periodismo sin cadenas. Y me acordaba del gran Ryszard Kapuscinski, que se atrevió a decir que, “lo que antes era una mera fuente de información, se ha convertido hoy en un instrumento de formación de la información pública”. Palabras más palabras menos, que el periodismo no es otra cosa que un sofisticado y asqueante aparato de dominación y agresión.

Creo que sobra aclarar que Kapusciski, intelectual historiador, comunicador y escritor polaco, es considerado el periodista más importante del siglo veinte. No tengo ninguna duda que lo es, porque le he estudiado varios de sus textos. No obstante, lo que sí racionalizo es que, los medios de comunicación no tienen la culpa, como el arma no tienen la culpa del asesinato: es entera voluntad del que la acciona. Que culpa tiene la estaca, si el sapo salta y se estaca. Tampoco estoy en desacuerdo que cada cual defienda sus intereses, y sobre todo su ideología personal. Es doloroso cuando un bandido lo hace por dinero, pero es válido porque miseria mental mata inteligencia. Pero que un profesional del periodismo invente argumentos y recurra a la falsedad y a la traición para defender su paga, me produce desazón en el alma.

Pobrecita una trabajadora sexual que le toca copular con un borracho que hiede a pecueca y con un tufo “ajotabacomierda” de ocho días de rasca. Peor aún, un profesional del Derecho, sobre todo un magistrado o un profesor universitario de la misma profesión, justificando un delito y magnificando a un delincuente.

Tal como el padre que asesina a su hijo porque no le paga un dinero que le adeuda. O como el escritor que describe al delincuente en sus novelas y lo envía a la cárcel, y en la vida real, lo perdona, lo justifica. En el fondo lo ama y lo respeta.

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