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Corrupción y "cultura del vivo"

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Resumen

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Hay una fractura ética en la sociedad colombiana. Resalto dos síntomas. Uno, la corrupción sistemática de este gobierno, que encuentra su peor manifestación en la operación de saqueo de la UNGRD y la compra de congresistas, ordenada desde la Presidencia misma. Dos, los disturbios en Miami en la final de la Copa América.

La corrupción no tiene color ni partido, se despliega feroz por todo el espectro político, de la extrema izquierda a la derecha, y no es exclusiva de este gobierno, aunque no recuerdo uno en que fuera más generalizada o en que se robaran tanto.

En fin, no deja de preocuparme la erosión de la credibilidad de la narrativa anticorrupción. Los verdes urdieron el referendo anticorrupción y son la columna vertebral de la expoliación de la UNGRD. Y Petro y la izquierda se inventaron la lista de la “Decencia” e hicieron sus campañas atacando la corrupción de los gobiernos anteriores y resultaron peores. Será inevitable que, en adelante, la ciudadanía vea con desconfianza a quienes enarbolen la bandera de la lucha contra la corrupción.

Lo de Miami es otra faceta del problema. Hay quienes han explicado ese comportamiento por los sentimientos que despiertan el fútbol y la selección nacional. Pero el contra argumento es obvio: en pocos países el balompié y la selección son tan importantes como en Argentina. Y, sin embargo, la inmensa mayoría de los miles de colados y destructores fueron colombianos y no argentinos.

No debe minimizarse lo ocurrido. Hay miles y miles de ejemplos de multitudes que se comportan de manera civilizada. Y en otros países se guardan las filas, no se bota basura a las calles, no hay colados en los sistemas de transportes públicos, se cuidan como propios los recursos públicos.

La corrupción y los desmanes de Miami están relacionados. El mal ejemplo contamina. Los ciudadanos ven como desde los más encumbrados, los de cuello blanco, delinquen y lo hacen casi siempre con impunidad. Y cuando voltean a ver, encuentran también que los criminales que se organizan, los que matan mucho y por mucho tiempo, no solo tampoco pagan por sus delitos, sino que tienen beneficios políticos y económicos que los ciudadanos de bien jamás han recibido.

Además, desde la irrupción del narcotráfico se rompió la estructura ética de la sociedad colombiana. Se difundió la percepción que se podía hacer dinero rápido, sin esfuerzo ni trabajo, violando la ley y, cuando es necesario, acudiendo a la violencia. Desde entonces, muchos colombianos creen que entrar a la administración pública es la oportunidad para hacerse ricos. Hay que trabajar en la cultura ciudadana, en la reconstrucción de la ética. Y hay que tomar dos decisiones que hoy son contraculturales: hay que aplicar la ley a rajatabla y eliminar la impunidad, y hay que acabar con la idea de que la paz se hace premiando a los criminales.

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