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De falsas alianzas a guerras anunciadas

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Resumen

La política internacional es un juego de intereses donde las alianzas débiles y la volatilidad son moneda corriente. A menudo, aparecen pactos temporales que ocultan intenciones más profundas, y las tensiones latentes entre potencias pueden desencadenarse en cualquier momento.

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La política internacional es apasionante. Lo digo porque exige leer mucho para entender hacia dónde se dirigen las naciones, especialmente las potencias mundiales, en materia económica y armamentista. Es difícil alejarse de la especulación cuando el panorama global se distorsiona con acuerdos y reuniones que buscan pactos y alianzas que, en ocasiones, no duran más de un par de años.

Tomemos como ejemplo la relación entre Colombia y Venezuela durante el segundo período de Uribe, cuando los conflictos con la guerrilla llevaron a momentos de gran tensión. Todos seguíamos expectantes las cumbres de UNASUR y las reuniones en República Dominicana tras el bombardeo al campamento de Raúl Reyes en Ecuador. Un Correa inicialmente indiferente ante la noticia, pero luego incitado por Chávez a levantar la voz. No de inmediato, sino días después, cuando se mostró indignado porque su patria había sido bombardeada. Lo demás es historia. Han pasado apenas 20 años, pero para quienes superamos los 40, parece que fue ayer. Como las Torres Gemelas.

No hay que ir tan lejos. Después de la crisis financiera de 2008, siguieron los conflictos en Medio Oriente por el petróleo, lo que llevó a la narrativa de que debíamos dejar de depender del "oro negro" y enfocarnos en energías renovables. Se nos vendió la idea de una nueva economía, una solución inminente para un planeta en crisis. Sin embargo, el presidente Petro —que todo lo hace mal y a destiempo— hasta ahora se sube a ese bus gastado, como los de Metrolínea, justo cuando las grandes potencias reactivan la explotación de petróleo y gas. Europa reabre plantas de carbón, EE.UU. aumenta su producción y China sigue sin abandonar los fósiles. Pero en su terquedad, ignora la política internacional y sigue convencido de que Colombia salvará al planeta con medidas que ni los verdaderos contaminantes aplican.

Ahora, hablemos de guerras. Siempre están presentes. Los idealistas juran que la paz es solo cuestión de voluntad, pero en la política internacional todo responde a los intereses de cada nación. Las bajas humanas son parte del cálculo: los líderes de las potencias lo saben bien. ¿Qué más da una cifra si no tiene rostro? Por eso es ridículo adjudicarse salvaciones de vidas por evitar conflictos. Es una manera ingenua de creerse santo. Como Juan Manuel, que terminó ocasionando más muertes por firmar el acuerdo de paz que por continuar con la política de acabar con los terroristas. Los secuestros, la violencia en las regiones y el fortalecimiento del narcotráfico fueron el precio de su Nobel. Y, sin defender a Gustavo, su fracaso en seguridad no es tanto su culpa, aunque sí es su responsabilidad por creerse un mesías de chácharas.

Miro con cautela las reuniones entre Rusia y EE. UU. Me recuerdan al Pacto Molotov-Ribbentrop entre la Alemania nazi y la URSS. Un pacto efímero, nacido de la conveniencia, pero que inevitablemente llevará al verdadero conflicto entre las potencias armamentistas que siempre han querido medirse. No es cuestión de si sucederá, sino de cuándo y bajo qué pretexto. Y si todo resulta como la conferencia de Yalta, podremos asegurar que Europa se fue a la mierda. No puedo usar eufemismos.

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