Barrismo incongruente: entre el insulto y el aliento fiel

Resumen

La pasión en los estadios es agridulce: entre insultos y cánticos de ánimo, el autor busca un espacio donde el respeto y el apoyo genuino sean protagonistas.

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Barrismo incongruente: entre el insulto y el aliento fiel

Por: Rodrigo González Márquez*

 

La pasión, agridulce y ferviente sentimiento, en ocasiones causa inspiración de grandes obras, pero otras veces cala como excusa para actos poco agradables e indignos. Llevo poco más de un año asistiendo al estadio Américo Montanini por una pasión que nació en mi hijo, y que poco a poco ha venido surtiendo efecto en mí: ver la segunda estrella del equipo Leopardo en el escudo. El hecho de ganar siempre será bienvenido. La derrota, por el contrario, no se recibe con el mayor de los agrados. Incluso, el simple riesgo de ser derrotado genera angustias, reproches, ansiedad, lo que puede terminar encarnado en múltiples acciones, algunas lamentables, otras, de admirar.

 

Un año atrás, en la decisión inicial de asistir me encontré que las únicas localidades en las que pueden ingresar menores de 18 años son occidental y oriental; el resto tienen restricciones contundentes. Pensé en que más allá de la cómoda actitud de aceptar lo normado, valía la pena conocer los criterios de dichas medidas, y no apelar a lo “obvio” de pensar que simplemente en las demás localidades existen riesgos para la integridad de los menores. Aceptadas las condiciones, optamos por asistir a occidental. Inicialmente nos ubicamos en la parte alta, en el costado norte para ser específicos. Ante un par de episodios, en los que algunos asistentes locales se quejaban por la delimitación de una zona reservada para familiares y acompañantes de jugadores del equipo visitante, que además evolucionaron (o involucionaron) en tratos inadecuados contra gestores de convivencia de la alcaldía y fuerza pública, decidimos que en adelante nos ubicaríamos en la parte sur de la misma localidad (occidental alta). Lastimosamente, debimos reconsiderar dicha decisión por los insultos que se lanzaban contra los jugadores por un pase mal direccionado, una carrera perdida por el lateral contra el delantero contrario, o por la provocación de una falta que terminó en cobro penal contra el local.

 

Hace seis meses que decidimos trastearnos, y ahora asistimos a la parte baja de la localidad de occidental en búsqueda de algo más tranquilo, algo más adecuado para niños entre 5 y 17 años; nos ubicamos muy cerca de la localidad sur, aquella que está vetada para los menores. La decisión fue el resultado de una confrontación personal: por un lado, la curiosidad de conocer los criterios de exclusividad de ingreso de menores a occidental y oriental. Por otro lado, tenía un poco de temor infundado, el hecho de ubicarnos al lado de una localidad con la restricción en cuestión, y que además era la sede sagrada de la Fortaleza Leoparda Sur, la más representativa de las barras del Atlético Bucaramanga. Las conclusiones son contundentes:

 

Los insultos son altisonantes, dirigidos como misiles al oído de los jugadores, del DT, de los árbitros, del VAR (aunque no haya un objetivo al cual mirar directamente). Los emisores tienen su rutina para hacerlo más efectivo: se ponen de pie, emulan un megáfono con las dos manos rodeando la boca, llenan de aire los pulmones y exhalan el ataque. Algunos alcanzan a insultar a un ritmo entre 20 a 30 intervenciones por tiempo. El grito no solo resuena, sino que tiene un poder contagioso, siempre se levantan dos o tres más a apoyar el acto con sus propios insultos o con frases complementarias del tipo “sáquelo ya…mándelo a dormir”. Se torna realmente insoportable. El debate interno de seguir allí o pensar en ir a otra locación solo lo alivia el hecho de tener a pocos metros a un grupo increíble de personajes variopintos, que no paran un solo segundo de brincar y alentar a todo pulmón al equipo. Algunos desafían la física al sostenerse de una especie de Lianas auriverdes con una mano, mientras la otra es usada como guía del ritmo, flexionando el brazo y luego estirándolo de nuevo. Esta energía es incomparable, es un realismo mágico, como cuando elevan los decibeles del cántico al recibir un gol en contra. La regla es clara, no importa el pase mal ejecutado, el penal errado, ni siquiera el autogol en el minuto 90 luego de un empate que se sostenía; “el canto no para”. El miércoles pasado perdimos contra Fortaleza. El ejercicio fue complejo; entre la emoción, la alta frecuencia de los insultos, y el nivel de irrespeto de estos, fue imposible disfrutar el encuentro “deportivo”. Mientras tanto, de ese lado sur, el vetado, La pasión se vivía distinto. Los cantos no cedieron ni en tiempo ni en fuerza. Al salir, bajando por las rampas de la vergüenza, aun los insultos eran protagonistas, hasta que fueron ahogados por esos cantos que venían de Sur, y que nos acompañaron hasta el famoso “Leopardo” de Cobos, donde la Fortaleza nos daba cátedra del espíritu deportivo, del apoyo incondicional, y de aliento con los redoblantes a estallar, con voces que de seguro llegaron hasta los camerinos donde quienes dieron la batalla ya se preparaban para recuperar en Bogotá los tres puntos que se nos escaparon. Seguiremos en la búsqueda de un sitio “seguro” donde la pasión se viva en medio del respeto, del verdadero aliento, y donde ser hincha no tenga como prerrequisito un decálogo de insultos aprendidos.

 

Memento Mori: en medio de esta coyuntura política, no es justo “el uso, la utilización, o hasta el abuso” de las pasiones.

 

* Exdefensor Regional para Santander y Magdalena Medio. Docente y Consultor en manejo de conflictos

X: @rodrygonzalezma

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