Bucaramanga expectante por su futuro administrativo en una elección atípica
Resumen
Bucaramanga decide su futuro en una elección que definirá al nuevo alcalde por dos años, resaltando las deudas con la representación femenina y diversidad, en un ambiente de desgaste ciudadano. La responsabilidad electoral es clave para evitar baja participación y polarización.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Bucaramanga enfrenta este domingo una decisión tan breve en el tiempo como profunda en sus consecuencias futuras y es la elección atípica del 14 de diciembre, que no sólo definirá quién administrará la ciudad durante dos años, sino que pondrá a prueba la madurez política de una capital que no puede darse el lujo de improvisar ni de ausentarse de las urnas cuando el rumbo institucional exige responsabilidad.
Ocho nombres disputan el cargo, todos hombres, en un tarjetón que evidencia una grandilocuente deuda pendiente con la representación femenina y con la diversidad de liderazgos.
La baraja de propuestas resulta amplia y, en algunos casos, seductor, pero en otros, desbordado de promesas que chocan con una realidad ineludible y es que quien resulte elegido Alcalde contará con apenas 730 días calendario para sacar avante su programa de gobierno.
De sobra sabemos que dos años no alcanzan para transformar de raíz una ciudad, pero sí para corregir rumbos, recuperar la confianza y sentar bases sólidas para el siguiente periodo.
Esta elección ocurre en condiciones atípicas también por el ambiente que la rodea. La campaña fue corta, el desgaste ciudadano es evidente y la administración anterior dejó más preguntas que certezas.
A ello se suma la temporada decembrina, que dispersa a los votantes y saca de su letargo a el fantasma de una abstención elevada, porque, en carta blanca, ese riesgo no es menor.
Una participación baja no sólo debilita la legitimidad del ganador; abre la puerta a una gobernabilidad frágil, marcada por la polarización y porque le da dientes a una oposición que se fortalecerá desde el primer día.
Recalcamos que la democracia no se mide por la cantidad de vallas publicitarias ni por la elocuencia de los discursos, sino por la coherencia entre lo que se promete y lo que es posible ejecutar.
En ese sentido, el votante tiene una responsabilidad mayor que en una elección ordinaria, porque para elegir a quien respaldar, tiene que saber evaluar con rigor, desconfiar de los ofrecimientos grandilocuentes y privilegiar la experiencia, la solvencia ética y la capacidad de gestión.
También resulta necesario entender que algunos aspirantes llegan a esta contienda para algo más que ganar la Alcaldía. Para varios, la elección funciona como termómetro de opinión con miras a futuras aspiraciones políticas. Ese cálculo, legítimo en democracia, no debe distraer al elector de lo esencial y ese fundamento es que Bucaramanga necesita un administrador, no un politiquero oportunista.
La verdadera encuesta, como siempre, la entregarán las urnas. Si la ciudad permite que la apatía decida, el próximo Alcalde podría llegar al poder con un respaldo mínimo, insuficiente para liderar los cambios que se reclaman. Por eso, más allá de simpatías o decepciones, votar es un acto de responsabilidad colectiva y de honrar la democracia.