Colombia entre la incertidumbre y la esperanza
Resumen
Un senador colombiano fue víctima de un atentado mientras hablaba de seguridad. Este evento resalta la creciente violencia que azota al país y la crisis en la que se encuentra sumido el poder político, incapaz de brindar la paz esperada.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Las últimas horas en Colombia han sido sombrías. Mientras en muchas regiones del país la vida cotidiana parece continuar sin alteraciones, en el corazón de la nación, Bogotá, la violencia ha vuelto a tocar las puertas del poder.
Por: Luis Santiago Salazar Calderón*
Hace apenas unos días, un senador de la República y precandidato presidencial fue víctima de un atentado mientras hablaba de seguridad y del porte de armas. Irónica y dolorosamente advertía en ese instante que hoy, en Colombia, las armas están en manos de los bandidos. Quizá fue uno de ellos quien intentó arrebatarle la vida.
Este hecho no es menor. Hoy, el país se debate entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperanza. Mientras tanto, desde las altas esferas del poder, siguen soplando vientos de ideologías enfrentadas, de discursos vacíos, que no hacen más que alimentar el fuego de una sociedad cada vez más fracturada. Una sociedad que alguna vez creyó con ilusión en la promesa de una paz duradera. Esa paz ofrecida a cambio de impunidad, esa paz que blindó a los corruptos y delincuentes, mientras debilitaba moral y espiritualmente a nuestras Fuerzas Militares y a la Policía Nacional.
Hoy, vemos a nuestros hombres en uniforme sometidos, no por la ley, sino por el temor a decisiones políticas que los marginan, que los silencian, que los abandonan. Esta semana ha sido una prueba de fuego para la nación. En lugar de unión, escuchamos discursos impregnados de odio, desde todos los bandos. En lugar de respuestas, vemos indiferencia en los escritorios del poder, en los salones ejecutivos, legislativos y hasta judiciales, mientras en las calles, en los campos, y en las montañas, el pueblo clama por seguridad, por justicia, por dignidad.
Colombia está perdiendo. Son nuestras familias las que sufren, como aquellas desplazadas del Catatumbo que, hace tan solo unos meses, lo perdieron todo por culpa de la violencia. Esta semana, en el Valle del Cauca, se vivieron días de terror: atentados, muertos, heridos, infraestructura destruida. Y sin embargo, el discurso oficial sigue siendo el mismo: evasivo, estéril, irresponsable.
¿Qué les falta a nuestros gobernantes? ¿Coraje? ¿Voluntad? ¿O acaso sí está funcionando su plan, ese que parece más orientado a desestabilizar que a construir?
No hablo aquí de un gobierno ni de una oposición. Hablo de todos, de quienes han tenido el poder y lo han usado para dividir, para callar, para perpetuar el caos. Porque sí hay responsabilidades, y es hora de que se asuman. No podemos seguir lavándonos las manos mientras el país sangra.
Lo que necesita Colombia no es solo compromiso: necesita amor. Amor por esta patria herida, por sus campos, por sus niños, por sus soldados, por sus policías, por su gente trabajadora. Pero, ¿cómo hablar de amor a la patria cuando hay jóvenes que desde la infancia empuñan armas ilegales? ¿Cómo defender los valores cuando cada día vemos cómo se pierden entre el miedo y la violencia?
Hoy, se atreven a atentar contra la vida de un ciudadano a plena luz del día, a escasos metros de distancia, sin miedo, sin vergüenza. Un ciudadano que representa nos guste o no, los intereses de una parte del pueblo.
Hoy me uno al llamado. Me uno a la oración. Pero, sobre todo, me uno a la acción. Porque todavía creo que es posible salvar a Colombia. No desde el orgullo ni desde la imposición, sino desde los principios, desde los ideales que alguna vez nos unieron. Aún estamos a tiempo. Pero el reloj corre. Y el precio de no hacer nada puede ser el silencio eterno de una nación que ya ha sufrido demasiado. *Politólogo e Internacionalista