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De la fe, el cambio y la espada

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Resumen

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El cristianismo ha sido, sin duda, una de las fuerzas más poderosas en la historia de Occidente. Es la base de nuestra civilización, quiéranlo o no. Pero su impacto, particularmente en América Latina, es tan profundo como antípoda. En Colombia, donde hoy enfrentamos crisis como el paro camionero, resulta casi inevitable no pensar en cómo las estructuras sociales y políticas están moldeadas por una fe que vino con la espada y la cruz, el castigo y el premio, el hambre y la frugalidad.

A menudo, la cristiandad se presenta como una fe íntegra. Sin embargo, su historia es tan dinámica y diversa como las tierras que ha tocado. Desde los desiertos del África hasta las islas del norte de Europa, ha producido no solo santos y mártires, sino también conquistadores, reformadores y pensadores visionarios.

Uno de los primeros grandes luchadores fue Agustín de Hipona, un obispo del siglo IV que intentó conciliar las enseñanzas de Cristo con la realidad de un imperio romano decadente. Su lucha no fue solo teológica; enfrentaba un mundo en crisis. Agustín, desde la África romana, nos dejó una enseñanza que sigue vigente en tiempos de crisis: la importancia de sostener la fe y los principios morales en medio del caos.

Más al norte, los monjes celtas, como Columba y Aidan, llevaron la fe cristiana a las frías tierras de Escocia e Irlanda. Su celo, sin embargo, no era exclusivamente pacífico. Estos monjes y misioneros también llevaron consigo una forma de expansión que a veces rozaba con la imposición, lo que genera un paralelismo con la evangelización de los pueblos indígenas en América Latina.

Las Cruzadas, en su irracionalidad, son otro recordatorio de cómo el cristianismo, bajo el mandato de defender la fe (esto suena al Petro comunista), fue capaz de justificar la violencia más extrema. Ya se que es fácil condenarlas desde nuestra óptica moderna, pero no olvidemos que muchos de los ideales de restauración y lucha están todavía presentes en nuestros conflictos contemporáneos, en nuestra patria, donde el fervor por una causa puede justificar la barbarie. ¿Estoy mintiendo?

A la vez, el cristianismo ha sido un recipiente para la creación de personajes extraordinarios como Brígida de Suecia, cuya visión mística y política transformó el pensamiento religioso y político de su época. Estos personajes son ejemplos de cómo la religión puede ser, al mismo tiempo, fuente de iluminación y control.

No obstante, como toda gran historia, el catolicismo también ha sido escenario de fracturas. Martín Lutero, al publicar sus 95 tesis, no solo confrontaba la corrupción de la Iglesia, sino que iniciaba una ruptura que nunca se cerraría del todo. Esa fractura nos recuerda que el poder, la corrupción y las revoluciones son temas recurrentes en la historia de cualquier organización, ya sea religiosa o secular.

Hoy, en América Latina, y especialmente en Colombia, esas mismas tensiones entre poder, religión y reformas continúan. El paro camionero no es simplemente una huelga; es el reflejo de una sociedad que se debate entre la tradición y la necesidad de cambio. Los ecos de las luchas pasadas resuenan en nuestras calles, por la traición del gobierno y las mentiras descaradas que rompen cualquier posibilidad de acuerdos concisos.

Esto es una historia de muchas voces. Los grandes teólogos y los herejes han convivido en su seno, mostrando que la fe no es una línea recta. Y en América Latina, una región que ha heredado esta esperanza en sus formas más diversas, debemos preguntarnos cómo estos relatos históricos nos influyen aún hoy, donde políticos que solo creen en “Patria, Socialismo o Muerte” utilizan a Cristo como la trampa del ratón. Es hora de reconciliar nuestras creencias con las demandas de un mundo cambiante y lejos de la traición a sus buenas enseñanzas y valores.

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