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De las cumbias, la macroeconomía y la ética

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Resumen

El autor critica la falta de interés y entendimiento del público común hacia la macroeconomía, mencionando la importancia de la política en la vida diaria y cuestionando las motivaciones y acciones de los políticos en Colombia, particularmente de Gustavo Petro.

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Por: Edgar Julián Muñoz González

El día que yo vea en un billar a la gente hablando de centro, de políticos como Peñaloza, Fajardo o Robledo, ese día sabré que se acabó la polarización. Hablar de estos personajes es perfecto para endulzar chats de académicos, grupos universitarios y reuniones con vino, jamones caros y quesos rancios, que son deliciosos. Pero al ritmo de un reguetón y cumbias, con aguardiente, ron y guarapo, es difícil imaginarse uno argumentando por temas macroeconómicos que poco le interesan a la ciudadanía.

Cuando hacía mi maestría tuve ese tipo de discusiones con algunos compañeros y profesores. Incluso confeccioné afirmaciones que en su momento eran tabú, pero que ahora son perfectas para la tormenta electoral que viene. Uno de esos comentarios fue que la macroeconomía sirve solo para hablar paja y parecer interesante en reuniones. De resto, no ayuda para nada al ciudadano común y, tratar de explicársela, sería tan improductivo como los puentes peatonales en Colombia, hechos en lugares donde no transita gente. Para eso es la microeconomía, en donde todos estamos participando con nuestra humanidad y esfuerzo. Incluso intervienen vagos y charlatanes; la menta que refresca el conocimiento universal de la producción y el intercambio comercial.

No obstante, estas afirmaciones carecen de sentido para algunos sectores, y tienen que ser así. Lo que pasa es que en política se deben dividir a los grupos para saber cómo y a quién se le habla. Pero ¿se imaginan una conversación intelectual con Guarapo? Por el contrario, ¿una guachada reguetonera con vino blanco? Unos dirán: yo me tomo lo que sea, pero eso no es tan cierto. Entonces, los mal llamados intelectuales pueden seguir haciéndole odas a don Fajardo y al señor Peñaloza, solo que un país como Colombia no merece ser tan tibio, porque al final, lo del medio, tiende más hacia la izquierda y eso huele a picho.

Así mismo, hay preguntas que todo colombiano debe hacerse: ¿Qué tipo de ciudadano soy? ¿Estimo el trabajo honrado? ¿Creo en las empresas? ¿Entiendo que con esfuerzo puedo lograr grandes cosas? ¿Me gusta pedir limosna? Desafortunadamente, prefiere cuestionarse con temas sin sentido como: ¿prefiero ser rico o pobre? ¿Me gustaría ser alto o bajito? ¿Quisiera ser blanco o negro? ¿Bonito o feo? ¿Heterosexual u homosexual? Y busca cambiar rasgos que nada tienen que ver con el sistema, sino que son producto de la casualidad, de la suerte. Basan sus decisiones en querer transformar lo incambiable, descerebrados por las falacias de un presidente que les dice lo contrario.

Sin embargo, la política está en todos lados, hasta en la asamblea de un club social y el picado de futbol del domingo. El problema es que, como decía Weber, los políticos pueden actuar según sus convicciones personales o de acuerdo con las demandas pragmáticas del gobierno.El político ético actúa de acuerdo con principios morales, mientras que el político responsable toma decisiones basadas en las consecuencias previsibles de sus acciones. Evidentemente, aquí se las tiran de ambos, aunque ni lo uno, ni lo otro.

Gustavo Petro es un político mediocre, elegido presidente por los errores de otros, más no por un impulso original. Es tan ordinario y vulgar que, incapaz de separar sus emociones y juntarlas con las del ciudadano que representa, solo manifiesta su ego y vanidad, convencido de que debe ser amado, así lo desprecien. El famoso “enamorado solo”, y eso es lamentable. Seguir ciegamente la ética de la convicción lleva a la inflexibilidad, el dogmatismo y, en última instancia, a resultados perjudiciales. Por el contrario, una excesiva adhesión a la conducta de la responsabilidad conduce a la falta de integridad y al oportunismo político. En este juego, Petro está acabado, el problema es que los chulos, Vargas Lleras y César Gaviria, comenzaron a comer del muerto. Bien llenitos, cogen fuerza los traidores.

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