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De paso por Majavita

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Resumen

El autor rememora su encuentro con don Manuel Sanabria Lizarazo, un antiguo administrador que, a pesar de las críticas, adquirió y restauró la Hacienda Majavita, convirtiendo lo que pudo haber terminado en ruinas en un próspero espacio lleno de vida y recuerdos.

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Por: Claudio Valdivieso. Accidentalmente por estar pensando en las novedades de hoy en día y en las de antes, bien antes, oprimí la selección de música colombiana que oculto para evitar caer en la nostalgia de las viejas casonas que encierran historias de mi tierra santandereana.

El tiple, la guitarra y las voces de Garzón y Collazos, invitaron a mis oídos a desplazarme por los recuerdos de don José Manuel Sanabria Lizarazo, cuando estábamos justo en uno de los balcones de Socorro, nada más y nada menos que a la Hacienda Majavita, sede de la Universidad Libre de Socorro. No terminábamos de parquear el automóvil cuando don Manuel tomó su bastón y junto a él la decisión de compartir con nosotros la historia de la que una vez fue su casa, su hacienda, su vida y ahora la escritura de su nostalgia.

Sus palabras rebobinaron un largometraje de recuerdos mientras sus lágrimas contaron otras historias que su boca no estaba dispuesta a pronunciar. De diecinueve años, don Manuel pisó por primera vez el tablón de Majavita, y de ahí en adelante, doña Olga, una de las hijas de José María Rueda Gómez Conde de Cuchicute, encomendó al joven Manuel para la administración de la hacienda. Entre doña Olga y el joven Manuel existió un trato tan respetuoso como novelesco, según podía interpretarse en la pícara sonrisa de don Manuel, quien, sin desmentir ni aceptar y ante el reflejo de su rostro, tajante, se negó a más preguntas. ¿Cuánto daría por la oportunidad de repetir su sonrisa y escarbar en su memoria? ¡Fue realmente emocionante!

Don Manuel caminó con la prisa de sus noventa años asido del bastón del que no se desprende jamás. Paso a paso recorríamos los rincones de la hacienda y don Manuel nostálgico levantaba su bastón para orientarnos en los detalles de su historia y de cómo la vida le devolvió las llaves del portón que años atrás le abrió doña Olga.

Años después, poco antes de Majavita casi quedar en ruinas, don Manuel adquirió los títulos de la hacienda en un proceso de remate al que apostó contra todo pronóstico de cosechar leña.  Don Manuel fue criticado por el rastrojo y las ruinas que adquirió, y como hombre visionario respondía… ¡del mismo cuero salen las correas! El tal rastrojo de Majavita era nada más y nada menos que la selva que restauraría la vieja casona, la cosecha de café y sus esperanzas.

De la mano de su hija Johana y de su actual esposa doña Laura, don Manuel regresó a tomar el café de Majavita servido con la inolvidable amabilidad de doña Claudia, la señora de los tintos. ¿Su sorpresa? Por su mente jamás pensó estar frente al hombre que revivió y cambió el destino de la desapercibida historia de la Hacienda Majavita qué fácilmente hubiera terminado simplemente en ruinas. Esa historia quedó en el silencio, olvidada en medio de escrituras, recuerdos y títulos que sólo don Manuel guarda en el alma, orgulloso de vivir en una historia y sobrevivir a la misma para contarla.

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