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De Pepe Botella, Petro y Aureliano

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Resumen

El gobierno de Gustavo Petro exhibe una peligrosa emocionalidad en su confrontación con EE.UU., sugiriendo una falta de comprensión de la diplomacia internacional y los códigos que la rigen, lo cual podría deteriorar su imagen en el escenario global.

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En la historia de las caídas políticas, peor que perder el poder es perder el respeto. Eso fue lo que le pasó a José Bonaparte, el hermano de Napoleón, impuesto como rey de España. Nunca tuvo legitimidad ni fue tomado en serio. Aunque el apodo “Pepe Botella”, el borracho, pudo haber sido una exageración, su imagen quedó reducida a la de un títere sin autoridad real. Y hoy va uno a ver y Gustavo Petro está recorriendo ese mismo camino en el escenario internacional.

Su reciente confrontación con Estados Unidos dejó claro que su gobierno actúa con una emocionalidad peligrosa, a cualquier hora. La Casa Blanca simplemente aplicó su política habitual con quienes ingresaron ilegalmente a su Nación. No fue una vendetta política ni un acto de desprecio hacia Colombia. Pero Petro optó por la confrontación infantil, acusando a EE.UU. de tratarnos como un "basurero humano". Irónico, cuando en otros países de América Latina los colombianos también han sido maltratados, y no precisamente por decisiones de Washington.

Tan ilustrado e intelectual como se quiere mostrar, debería recordar a Albert Camus y la lección que nos deja El extranjero. Meursault, el protagonista, fue condenado no solo por lo que hizo, sino por no comprender ni respetar las normas de convivencia y percepción social. Petro está experimentando algo similar al no entender que la diplomacia se rige por códigos distintos a sus discursos de plaza pública.

Y aquí es donde entra Donald Trump. Si algo ha demostrado es que sabe convertir conflictos en espectáculos globales sin espacio para la improvisación. Quien no entiende el juego diplomático termina fuera de la mesa. Si el mandatario colombiano cree que su estrategia de frases incendiarias le servirá en este terreno, está jugando con fuego. No está lidiando con la política colombiana, donde aún tiene una base fiel. Tampoco sus aliados digitales, como el polémico Gustavo Guanumen, tienen el músculo para enfrentarse a la maquinaria de comunicación de Trump. En este juego, las “bodegas” locales parecen un puesto de tintos comparadas con el aparato global del líder republicano.

Tal vez el autoengaño de sus seguidores lo mantenga convencido de que su legado es impecable, como aquellos que aún insisten en que la tierra es plana. Pero la política internacional no se rige por narrativas internas. Petro quizás soñaba con seguir el camino de Michelle Bachelet y conseguir un cargo en Naciones Unidas después de su mandato. Pero en este mundo, la imagen lo es todo. Y no basta con cómo uno se ve a sí mismo, sino cómo lo perciben los demás.

Pepe Botella terminó huyendo de España porque nunca logró ser tomado en serio. Petro, en el escenario global, corre el riesgo de pasar de presidente a personaje, incluso peor que Maduro. El pulso está en los que creen que es un borracho y los que deliran con su poesía. La diferencia es que lo primero fue una realidad, lo segundo es ficción. Al final, cuando un país se vuelve el bufón de la política internacional, las consecuencias siempre caen sobre el líder de turno.

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