Del amor, los viajes y la política

Resumen

Después de conversar con su exesposa sobre política, viajes y desigualdades, el autor reflexiona sobre las diferencias culturales, el privilegio estructural y la importancia de escuchar antes que gritar en debates personales y políticos.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
Del amor, los viajes y la política

Recuerdo con nitidez la última vez que hablé con mi exesposa. Habían pasado siete años sin cruzar palabra, y coincidimos por una calamidad. Conversamos un buen rato. Fue una charla inesperadamente amable al principio. Le conté sobre mi vida, mi nueva familia, mis hijos. Ella también compartió lo suyo. Pero como suele pasar entre quienes tienen heridas mal cerradas, la conversación fue virando hacia esas viejas diferencias que alguna vez nos separaron: política, roles de género, feminismo, familia. No tardamos en volver a los mismos lugares donde antes discutíamos sin salida. Ninguno de los dos cedía.

En medio de esa conversación, ella mencionó que había estado en Palestina, en Cisjordania y Gaza, mientras seguía con el PNUD. Escuché con calma. Poco suelo tomar partido en conflictos donde la verdad siempre está fragmentada. Le comenté que, en los mismos años previos a la pandemia, también yo había viajado 17 meses por el mundo con mi esposa. Un viaje más íntimo, menos político, más orientado a entender y conectar. Le comenté, con cierto orgullo, que ser colombiano apenas había sido un impedimento. En todos los países donde estuvimos, más de veinte, nos recibieron con amabilidad, incluso quedándonos largas temporadas trabajando como voluntarios, intercambiando nuestro conocimiento por alojamiento y comida.

Ella me miró y me dijo sin rodeos: “Eso es porque eres blanco”.

Me dejó perplejo. Era una afirmación que traía detrás siglos de historia, desigualdades, luchas. Y me pareció que encerraba un tono militante, de quien ya no escucha porque está convencido de tener la razón. No soy ingenuo. He leído a autores como John Rawls y John Stuart Mill, sobre todo en lo que respecta a los fundamentos morales de la política. Entiendo el concepto de privilegios estructurales, el velo de la ignorancia, la ventaja inmerecida que da nacer en ciertos contextos. Pero también sé que el azar no determina, por sí solo, el destino económico, ético ni cultural de una persona.

Le respondí con calma, no para defenderme, sino para intentar abrir un puente:

“Tal vez también fue porque procuré comprender y aceptar”. A pesar de las diferencias culturales, la comida, la religión, el trato a las mujeres, a los niños, a los extranjeros, entendí que, si nos abren la puerta, lo mínimo que podemos hacer es respetar. Lo demás, sobra. El que sale a recorrer el mundo con la intención de corregirlo, no viaja: invade. Negarse a escuchar es transformar la diferencia en conflicto.

Lo mismo aplica en la política. Nos han hecho creer que tener carácter es hablar fuerte, que tener opiniones firmes es nunca ceder. Y así, confundimos el debate con el grito, la convicción con la terquedad, y el liderazgo con el ego.

Si una forma de vestir hablara de la persona que aspiro a ser, me vestiría con sombrero aguadeño, camisetas y jeans sin marca. Si hiciera frío, un abrigo nepalí. Si hiciera calor, bermudas… aunque siempre descalzo como un homenaje para la tierra que piso.

Sí, soy blanco, pero santandereano y colombiano. Me gustan las prendas tradicionales de nuestros indígenas, aunque eso poco me impide reconocer que, como en cualquier sociedad, también allí existen castas y exclusiones. El trabajo forzado y los roles impuestos desde el nacimiento son señales de un orden que discrimina hasta en las comunidades más oprimidas. Y por más historia de sometimiento que carguen algunos pueblos, como los de Palestina o Israel, también entre ellos hay clases. Eso no los deslegitima, pero tampoco los exime de las contradicciones que compartimos todas las culturas.

Aquel día lo pasamos sin acuerdos y nos despedimos. De eso hace dos años. Sin embargo, me quedó algo muy claro para recordar en el amor, los viajes y la política: quien no está dispuesto a cambiar, tampoco tiene derecho a pedirle al otro que lo haga.

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por Edgar Muñoz
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