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Del Estado, el Liderazgo y el Terror

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Resumen

El Catatumbo refleja la falta de control del Estado colombiano. Las guerrillas se fortalecen y el liderazgo gubernamental es insuficiente. Se necesita una respuesta contundente y efectiva para recuperar el territorio y garantizar la paz.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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El Catatumbo es la radiografía más cruda de un país que no tiene control sobre su propio territorio. Una región donde las instituciones están tan ausentes que, si las guerrillas cobraran impuestos, probablemente serían más eficientes que la DIAN. No es exageración; allá manda quien tiene armas, y esas armas, para colmo, fueron financiadas por la misma coca que el Estado no ha sabido erradicar.

Ante este panorama, debemos admitir la dolorosa realidad de que Colombia no tiene ministro de Defensa, ni presidente. Sí, el puesto está ocupado, pero cuando el caos se desborda, la impresión es que quienes deberían dirigir las Fuerzas Armadas están de paseo ‘e rio por otra región. Porque no se ve un plan, una estrategia, ni siquiera una intención seria de enfrentar a los grupos terroristas.

Y aquí es donde el discurso de la “paz total” comienza a sonar como una tautología: un “reguetón mal escrito” de “aguas mojadas” y “futuros que están por venir”. No hace falta ser experto en seguridad para entender que negociar con bandas criminales es como intentar convencer a un tigre famélico de volverse vegetariano. En Colombia no hay más espacio para diálogos vacíos; lo que se necesita es autoridad efectiva y decidida.

Los grupos terroristas no entienden otro idioma que el de la fuerza. ¿Es incómodo decirlo? Tal vez. ¿Es políticamente incorrecto? Seguro. Pero ya estamos hartos de suavizar el lenguaje mientras las comunidades viven bajo el terror. Cuando se deja que el miedo domine una región, la única respuesta posible es combatirlo con todas las herramientas disponibles. No hacerlo es aceptar que esos territorios nunca volverán a ser colombianos.

Y aquí hay otra paradoja, porque parece que coleccionamos contradicciones. Decimos que queremos paz, pero no estamos dispuestos a luchar por ella. Incluso las Fuerzas Armadas parecen atrapadas en un círculo de excusas. Sí, está la frase trillada de que “las tienen maniatadas”, pero ya ni eso parece explicar el desorden y la inacción. La falta de cúpula es evidente. Si el enemigo avanza y el Estado retrocede, ¿quién se queda con el país? Pues la respuesta está en cada hectárea en manos de las disidencias, el ELN y otros actores que se fortalecen ante la indiferencia estatal.

Lo que ocurre hoy en el Catatumbo no es nuevo. En 2016 viví en carne propia la muerte de dos de nuestros trabajadores, víctimas de un francotirador de las FARC mientras cumplían con su deber en una reparación entre Convención y Teorama. La muerte, sin embargo, no fue el único golpe. Escuchar que la orden de "no hacer escándalo" venía de lo más alto del poder fue terrible. Era un silencio impuesto para evitar que estas tragedias afectaran las negociaciones. Y mientras algunos celebraban el Premio Nobel de Paz, en regiones como el Catatumbo el silencio seguía traduciéndose en miedo y abandono.

Hoy, la pregunta me resuena ¿cuál es la orden de presidencia frente a esta nueva crisis? Con Gustavo Petro en el poder, las expectativas de transformación eran enormes. Pero lo cierto es que no se percibe un cambio sustancial. Siguen los desplazamientos, las masacres, la minería ilegal y el narcotráfico como realidades cotidianas. Las guerrillas se fortalecen en territorios donde el Estado sigue siendo un espectador distante.

El Catatumbo, al igual que muchas otras regiones marginadas, no puede continuar aguardando respuestas mientras el gobierno central duda o elige ignorar la situación. La defensa de la vida, el territorio y la soberanía no admite excusas ni silencios cómplices. Esta patria no necesita un nombre en un cargo, sino liderazgo real con hechos, no palabras. Sin decisiones firmes, seguiremos viendo cómo la nación se desmorona, cada día más cerca de un abismo del que será imposible salir.

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