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Despropósitos de una Patria Boba

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Resumen

La acumulación de riqueza en pocas manos y el desdén gubernamental son barreras para el avance social en Colombia. Necesitamos educación de calidad y liderazgo transparente para fomentar la paz y la prosperidad, superando regionalismos y divisiones.

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Impiden crecer como país. Tras las festividades de fin de año “normalizamos” nuestra vida social, académica, laboral y hasta la de los clubes de voluntariado o iglesias a los que asistimos. Reencaminamos nuestros proyectos personales, pero ¿y nuestro proyecto como sociedad cuándo lo orientamos?

Porque vivimos en una sociedad global, interdependiente y cada vez con menos fronteras. Todo lo que pase a nuestro vecino, nos afecta a nosotros. Por eso debemos ser conscientes social y políticamente del impacto de las decisiones de nuestros gobiernos. Si muchas de las tristemente mediáticas regiones del país que han sufrido por la violencia en sus múltiples formas (guerrillera, paramilitar, de narcotráfico, de contrabando, de conflictos por tierras, minería ilegal…) hubieran sido gestionadas por un Estado menos volcado al centralismo y más enfocado en la solidaridad y la efectividad de las políticas, hoy los cuatro puntos cardinales de Colombia vivirían en prosperidad.

Pero tristemente el desdén gubernamental (el de nuestro Estado en sus diversas expresiones y con todos los últimos gobernantes) permite, como un sinfín, los desplazamientos forzados, los enfrentamientos de grupos subversivos, la ausencia de seguridad ciudadana y muchos otros más factores desestabilizadores, que nos conducen a una sociedad desesperanzada. La permanente crisis humanitaria, radicalizada en dramáticos casos como los recientemente vistos en el Catatumbo, así lo confirman.

Ello expresa el poco valor que como sociedad hemos dado a la vida. No basta la sola expresión de buena voluntad y las promesas de los gobiernos si el Estado no es capaz de retomar el control de los territorios y extender el bienestar social.

Ilusamente creemos vivir una modernidad que en poco se diferencia de la Patria Boba de hace dos siglos, desde cuando la incapacidad de los gobernantes nos llevó a andar un camino de incertidumbre y de violencia.

¿Cómo hacer para que nuestro país se pueda reconstruir sobre las ruinas de la corrupción, los inefectivos sistemas de salud, trabajo y educación, la ineficacia en el desarrollo social y la escasez de liderazgos transformadores?

No podemos seguir así, repitiendo la historia sin aprender sus consecuencias. Tenemos la responsabilidad moral, personal, social e histórica de sembrar un país diferente para las nuevas generaciones, con solidaridad, bienestar, respeto, confianza, cercanía y diálogo para que, en torno de cada problema estructural, se generen políticas y estrategias de mejora continua.

En su obra “Final de Partida”, Peter Turchin define dos variables que se repiten en cada época de la humanidad y que permiten comprender los desafíos para su desarrollo social: el crecimiento de las élites y la pauperización del pueblo. Una triste conclusión es que la acumulación de riqueza en unos pocos termina socavando el bienestar de las sociedades.

Muchas generaciones no disfrutaron, ni disfrutan, de una verdadera y buena educación que marque desde la ética el devenir de todos; y muchos de quienes sí la han tenido, deberían hacer una autorreflexión para valorar más el enorme capital espiritual y material de una nación solidaria y comprometida con el bien común, en donde el esfuerzo y la inversión social en regiones y comunidades extiendan el bienestar colectivo.

El Catatumbo, Arauca, el Caguán, las costas y cientos de municipios crudamente violentados, son tesoros de todos los colombianos. Ellos deben recibir, primero que nosotros, en las grandes capitales, acciones que les impacten favorablemente, y no discursos que amplifican el odio y las brechas sociales.

Tenemos que aprender a actuar con ese liderazgo que piensa y actúa transparentemente, y que trabaja para que los sueños de paz, la convivencia y la prosperidad se hagan realidad; y para que predomine la solidaridad y no la competencia ni los regionalismos, ni los partidismos, ni los ideologismos, ni ninguno de esos odiosos “ismos” que solo dividen y no construyen.

Y eso será posible con una educación de calidad, con valores, para lograr coherencia entre el saber, el tener y el ser, porque solo así potenciaremos nuestro crecimiento social como nación. *Rector UNAD

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