El abrazo del cautiverio
Resumen
La Navidad desata una gama de emociones, desde alegrías hasta profundas nostalgias. A menudo olvidamos a aquellos cuyo cautiverio, sea emocional o físico, les impide celebrar. Un abrazo silencioso puede expresar nuestro apoyo y esperanza a quienes más lo necesitan.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Llegó Navidad y con ella mil emociones: ambivalencia, alegrías, recuerdos, nostalgia, abrazos, sueños y memorias. El ruido de la ausencia de seres queridos en la primera Navidad llega a la silla que creemos vacía porque su presencia no está al alcance de nuestra vista si no del alma.
Desprenderse de los abrazos de feliz Navidad con nuestros seres importantes, amigos, familia y amores, por más que manifestemos los mejores anhelos, no para todos es grato ni el más oportuno de los momentos. Usualmente la celebración del Niño Dios lo contemplamos con alegría, brindis, abrazos y regalos, pero, por descuido, dejamos a un lado a muchas personas que no pueden ni tienen como celebrar Nochebuena porque el dolor de sus almas no les permite “distraerse” de sus otras prioridades. Esta nota, aunque no pretende ser “aguafiestas”, intenta expresar un solidario mensaje a quienes enfrentan dificultades contra toda voluntad.
¿Cómo podríamos entregar nuestros abrazos de “feliz Navidad” a los secuestrados en medio de cadenas, expectativas e incertidumbre? ¿Cómo celebrarán en cautiverio recibiendo el abrazo de los eslabones?
La palabra cautivar viene del latín vulgar captivāre, un verbo formado a partir de captīvus ("cautivo", "prisionero") y este de capere ("tomar", "apoderarse", "coger"), que a su vez deriva de la raíz indoeuropea *keh₂p- ("sujetar", "apoderarse"). Originalmente significaba "hacer prisionero" o "apresar", pero evolucionó para incluir el sentido de "atraer irresistiblemente" la atención o voluntad de alguien, como si lo capturara. (Sic. IA)
Esta nota refiere al cautiverio del alma que viven miles de personas y fue inevitable explorar territorios desconocidos que, con dificultad, entendemos la diferencia entre el cautiverio del alma y la prisión de los barrotes.
Los niños de un hospital cautivos por cáncer, los médicos y personal de salud también están cautivos por ofrecerles calidad de vida y vida. También están los cautivos de la justicia o de la injusticia recluidos en las cárceles dejando una silla vacía en su casa o la que consideren su hogar. ¿Tendríamos el valor de decirle a unos padres “¿feliz Navidad” cuándo, aún ellos enfrentan el duelo por la despedida de su hijo a la eternidad? Existen mil cautiverios más. Podría suponerse que tampoco sobraría recordar a los cautivos del resentimiento, de la envidia y de la hipocresía. ¿Quién se le apunta a uno de esos abrazos?
Lamentablemente, a veces, no logramos sopesar el dolor de quienes viven amargas circunstancias en el “cautiverio” del alma; igual, y paradójicamente, también podríamos resaltar a los cautivos del amor; los amores que viven a miles de kilómetros de distancia y a un pestañeo del alma sin tiempos ni milímetros de conversión… están a un instante de distancia en ausencia y presencia.
Podríamos considerar nuestra solidaridad con las personas que la necesitan verdaderamente, y a cambio de abrazarlos para desearles una imposible feliz Navidad por el cautiverio que viven y que de pronto ignoramos, sin demeritar cuanto representa el Niño Dios, un abrazo silencioso expresará todas las palabras.
Para todos, un abrazo de paz, amor y esperanza. ¡Lo necesitamos!