Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Por: Rafael Negrete Quintero
El aumento de $1.904 en el precio del Acpm (diésel) en Colombia ha desatado un torbellino y no es para menos. Este incremento, decidido por el gobierno, pone de manifiesto una realidad cruda: el subsidio al combustible, que durante años ha sido un salvavidas, ahora se ha convertido en un ancla que amenaza con hundir la economía.
El subsidio ha sido un parche temporal que ha permitido mantener la paz social en las calles, pero a costa de acumular un déficit monstruoso en el Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles (Fepc). Ahora, toca pagar la cuenta que evadimos por un largo tiempo.
El impacto es inmediato y doloroso. Los transportadores ya anuncian aumentos del 7% en los pasajes de bus y en las tarifas de fletes. Esto no es solo una cuestión de unos pesos más por galón; estamos hablando de una cadena de alzas que afectará los precios de los alimentos, los productos de primera necesidad y, en última instancia, el bolsillo de todos los colombianos. La vida se encarece, y quienes más lo sentirán serán aquellos que menos tienen.
Pero aquí viene la gran pregunta: ¿es este aumento un mal necesario? La respuesta, aunque incómoda, es sí. Persistir en el subsidio al diésel sería cavar un hoyo cada vez más profundo en nuestras finanzas públicas, arriesgando un colapso que nos golpearía aún más fuerte. Sin embargo, aceptar este sacrificio solo tiene sentido si el gobierno demuestra que es capaz de convertir este ahorro en una inversión real y tangible para el país.
Proyectos de infraestructura, energías renovables y mejoras en el transporte público son solo algunos ejemplos de cómo estos recursos podrían ser utilizados para generar beneficios a largo plazo. En este sentido, el éxito de esta medida no radica solo en la corrección del precio del combustible, sino en la gestión eficiente y transparente de los recursos ahorrados. Si estos fondos se invierten adecuadamente, podrían compensar los efectos negativos a corto plazo, promoviendo un crecimiento económico más sostenible y equilibrado.
Estamos ante un momento crítico: o este sacrificio se traduce en beneficios a largo plazo, o será recordado como otro golpe injusto a una población que ya carga con demasiados. La administración de estos recursos es la verdadera prueba de fuego. No basta con subir el precio del diésel; es hora de demostrar que se puede hacer algo útil con lo que se ahorra. Si se falla, el costo político será tan alto como el precio que hoy pagamos en las estaciones de servicio.