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El funesto contador de feminicidios en Santander

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Resumen

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En Santander, tierra de paisajes imponentes, ambiente cálido y gente cordial, un ‘fantasma’ ensombrece el panorama: los feminicidios.

En el corazón de esta región, las vidas de las mujeres parecieran atrapadas en una ‘danza’ de violencia y silencio. Cifras de la Fiscalía señalan que el 2024 ha traído consigo número alarmantes que elevan a Santander en un pódium funesto, la infame distinción de ser uno de los departamentos con mayor incidencia de feminicidios consumados en Colombia, al llegar al segundo lugar.

En Bucaramanga, donde la rutina cotidiana se ve empañada por la sombra del peligro constante, el año pasado tres mujeres fueron silenciadas por cuestiones de género, y solo en los primeros cinco meses de este año, ya se había sobrepasado esta cifra. Bucaramanga se ha convertido en un símbolo de alerta roja, un recordatorio doloroso de la realidad que enfrentan las mujeres. Girón y Piedecuesta también comparten esta carga, reflejando una herida que se extiende por toda la región.

Cifras de terror

Las vidas de ellas se apagan de manera sistemática, sin que se note, muchas veces las convierten en una cifra más. Pero al final, en los libros de la contabilidad funesta de la Fiscalía, donde no hay riesgos de que las lágrimas corran los números, las hojas parecieran evidenciar el saldo en rojo de una deuda con las mujeres en Santander, que muestra 13 noticias criminales por feminicidio consumado y 25 por no consumado en 2023, mientras que este año, en el periodo de enero a junio, ocurrieron 10 feminicidios consumados en Santander y 12 no consumados, es decir, en grado de tentativa… Las estadísticas son frías, encapsulan la gravedad humana detrás de los datos.

Barrancabermeja, Charalá, Lebrija, Sabana de Torres, San Vicente de Chucurí, Barbosa, Cimitarra, Landázuri y otros municipios, también se encuentran en el mapa de esta devastación. Con cada punto marcado hay una vida arrebatada y un sueño truncado. Los nombres de estas localidades resuenan en las estadísticas, pero detrás de cada número hay una historia de esperanza perdida y una comunidad que llora a sus hijas, a sus madres, hermanas… Amigas.

Uno de esos nombres es el de Yuly Maritza Rubio Roa, egresada UIS, de 39 años, asesinada por su excompañero sentimental: Reinaldo Fandiño Ruiz, de 54, en la calle 34 con carrera 23, en pleno corazón de Bucaramanga, a mediados de mayo.  Su único ‘pecado’: ser valiente y denunciar la violencia de la que venía siendo víctima desde años atrás.

De amores a victimarios

El problema es complejo y multifacético. Kristin Galindo Barón, profesional encargada del Eje de Santander Libre de Violencias Contra las Mujeres y las Niñas, del Observatorio de Mujeres y Equidad de Género de Santander, una alianza entre la Gobernación y la Universidad Industrial de Santander, destaca que la mayoría de los casos son perpetrados por personas cercanas a las víctimas, parejas o exparejas, quienes convierten la intimidad en un campo de batalla. La violencia, antes de escalar al feminicidio, pasa por un ciclo de abusos que muchas veces queda normalizado y, peor aún, invisibilizado.

Cuatro meses antes de su muerte, cuando Yuly decidió salir de ese campo de batalla, la tragedia ya estaba anunciada. Familiares relatan que “ella tomó la decisión de no volver y denunció.  Cuando él vio que pasó un mes y ella no regresó, empezó a acosarla, a perseguirla de una forma que la llamaba y le decía por dónde iba, la atracaba en el trabajo, hacía cartas y panfletos hablando mal de ella, la amenazaba y le decía: ya sé que va por tal lado, ya sé que dejó una bolsa en tal lugar, ya sé cómo va vestida… Así, le tenía seguimiento.

“Cuando aún estaban juntos, intentaba aislarla de su familia, no la dejaba ni hablar, ni peinarse, ni dejarse el cabello suelto, no la dejaba vestirse como ella quería, siempre la mantuvo reprimida” … Cada llamada, cada panfleto, cada persecución, alimentaba el miedo de Yuly, quien no solo temía por su vida, si no por la de su hijo y su familia.

No menos de unas 80 llamadas amenazantes recibía a diario, día y noche.  Reinaldo, quien durante toda la relación se mostró ante los demás como un hombre bueno, amoroso y carismático, le enviaba fotos apuntando con un arma de fuego la argolla de matrimonio, le manifestaba que le tenía una gran sorpresa, que disfrutara los últimos días de vida, todo el tiempo la tenía amenazada, Yuly ya no podía ni dormir, temía salir a la calle, incluso, la mayoría de veces, salía acompañada.  Pero, curiosamente, el pasado 15 de mayo, el acoso cesó. “Tenían audiencia a las 7:00 de la noche, ese día no la llamó para acosarla. Algo extraño”.

Por la mente de Reinaldo Fandiño se ‘armaba’ ya un maquiavélico plan.  No la llamó ese día, pero la siguió, la acechó y la mató, luego, se mató él. “Ella se quedó en la esquina porque una amiga del trabajo la acercó, a media cuadra de la casa.  Él estaba esperándola desde antes, escondido en un muro, de un momento a otro salió a perseguirla, le disparó en la cara, la tocó para confirmar que estuviera muerta y luego se disparó él” … Yuly intentó correr por su vida, refugiándose en un almacén, pero nada pudo hacer.

Violencia institucional

Incluso nada pudo hacer desde antes de ese 15 de mayo.  A pesar de que denunció ante las autoridades, siempre se sintió desprotegida. Al menos, eso relatan los familiares que vieron de cerca la lucha de Yuly por no convertirse en una cifra más del feminicidio… Su idea era salir del país junto a su hijo.

“Ella puso la demanda en La Joya, eso pasó a la Fiscalía, hasta nos preguntó si conocíamos a alguien en la Fiscalía para agilizar, pero eso nunca pasó, en cuanto a la alerta morada, ahora dicen dizque le habían ofrecido un lugar de paso, jamás se lo ofrecieron, nunca hubo una protección, nada, ni la más mínima atención… Ellas no reciben apoyo”.

“A mi hermana no le dieron nada de eso que le prometieron. Es más, le dijeron: ‘mejor encomiéndese a Dios’, en palabras textuales. La dejaron sola, fueron negligentes”, aseguró en su momento Óscar Rubio, hermano de la víctima.

Por su parte, Julián Eduardo Rubio Zapata, primo de Yuly, cree saber los motivos por los que ella soportó tanto martirio durante años: “mi prima encontró en ese señor una figura paternal que siempre anheló y yo creo que eso la mantuvo mucho tiempo junto a él, sin importar las violencias que padecía”. A los 10 años quedó huérfana de padre: lo asesinaron.

Según Kristin Galindo, el sistema de justicia, a pesar de los esfuerzos y protocolos establecidos, sigue enfrentando desafíos titánicos. La sobrecarga laboral y la falta de recursos son obstáculos que impiden una respuesta rápida y eficaz. La Fiscalía General de la Nación ha desarrollado una guía basada en el protocolo latinoamericano para la investigación de feminicidios, incorporando una perspectiva de género en todas las etapas del proceso judicial. Sin embargo, estas buenas intenciones deben traducirse en acciones concretas y efectivas, lo cual requiere una capacitación constante y una sensibilización profunda de los funcionarios encargados de estas investigaciones.

Cifras del Observatorio apuntan a que el 62% de las mujeres que se reconocen como víctimas de violencia basada en género, no denuncian los hechos, atrapadas en un círculo de miedo, desconfianza y resignación. La falta de fe en la justicia y el temor a represalias, paralizan a muchas, mientras que otras simplemente no saben a dónde acudir. Las rutas de atención existen en teoría, pero su eficacia depende de un compromiso institucional que, en la práctica, aún muestra grietas.

“El Estado tiene la responsabilidad no solo de investigar y sancionar, sino de proteger de manera preventiva a las víctimas. Es vital que se fortalezcan las medidas de protección y se garantice un acompañamiento continuo y seguro. Las iniciativas como la Casa Refugio deben ser sostenibles y accesibles, y es crucial que las valoraciones de riesgo comprendan la naturaleza escalable de la violencia de género”, añadió Kristin.

En este escenario, Santander se encuentra en una encrucijada, con la oportunidad de ser un ejemplo de cambio o de continuar siendo un testimonio trágico de lo que ocurre cuando el silencio y la inacción prevalecen. La esperanza reside en una movilización conjunta de la sociedad y el Estado, en un esfuerzo incansable por cambiar el curso de esta tormenta y devolver la luz a las vidas de las mujeres en esta región.

La transformación de los imaginarios sociales que perpetúan la violencia de género, es una apuesta a largo plazo, pero esencial. Se deben desmantelar las narrativas de subordinación e inferioridad que aún perduran. Desde instituciones como la Universidad Industrial de Santander, que cuenta con un protocolo para casos de violencia de género, hasta las estrategias comunitarias, es vital seguir investigando y actuando sobre las causas estructurales de esta violencia sistemática, para evitar la muerte de más ‘Yulys’.

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