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El payaso

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Resumen

Un payaso enfermo y anciano encuentra consuelo en su reflejo en el espejo mientras se prepara para su última función, antes de fallecer. Su hijo descubre sus sacrificios a través de una grabación y continúa con su legado.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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Un hombre de considerable edad y con vestigios de agotamiento abrió su caja de maquillaje y se sentó frente al espejo. Tomó unas brochas y empezó a colorear su rostro mientras hacía gestos de alegría, sorpresa y admiración. Su hijo desconcertado porque su padre conversaba solo, antes de considerarlo “loco” ocultó una grabadora y logró la conversación que una semana después escucharía frente al mismo espejo.

El payaso del espejo escuchaba muy atento sin interrumpirle al hombre mientras este se maquillaba de colorines el rostro. Jamás existió contrariedad entre ellos, aunque a veces el payaso del espejo le hacía payasadas, sobre todo, cuando asentía por el insoportable dolor de su abdomen y qué aparentemente aliviaba con suaves masajes y mentol.

¡No te preocupes! le decía el espejo. ¡Ya tienes el anticipo de tu función! Sólo debes hacer tonterías en el auditorio, después, Dios te dará los medios y recibirás los medicamentos que requieras. El payaso del espejo de vez en cuando le inculcaba valor al hombre que estaba punto de perder uno de sus órganos por una enfermedad que él desconocía y lo estaba desboronando.

¿Qué será de mis colores el día que mi vida se traslade al cielo?, sí acaso me alcanzan las indulgencias para llegar allá. Tus colores quedarán en la sonrisa de los niños por tus pilatunas, y ellos tienen el beneficio de su inocencia y por esto jamás se les ocurriría pensar que los payasos también sufren… Mejor termina pronto con tu repertorio de tonterías, pues ellos están a la expectativa.

El hombre casi terminaba de colorear su mascarilla, afinar su traje y lustrar sus botas, y de pronto se desvaneció y su rostro quedo hecho un mazacote sobre los tintes.

El espejo tenía más de cuarenta años de trabajar para el payaso y sentía mucha impotencia, pues no podía hacer más de lo que el hombre reflejaba. ¡Carajo!, mi viejo, recuerda que ya tienes un adelanto y tu función está a un minuto de los aplausos.

Con la cara convertida en una confusa mascarilla el payaso salió caminando a la tarima convencido de que esta sería su última función, y se sentía destrozado por dentro, en el alma, y adolorido además de frustrado por abandonar su auditorio, pero debía salir de la función directamente al hospital a recibir atención médica. Sus “honorarios” apenas le alcanzarían para el pequeño mercado de su casa y el transporte al hospital.

El Payaso no regresó del hospital, y abrió un espectáculo en la eternidad con las indulgencias ganadas en la tarima.

El joven escuchó la grabación frente al espejo qué de paso le indicaba cómo lograr las pinceladas de su padre, también lo orientaba antes de cada función, y de paso, le confesó que su padre solo hacía funciones para niños con discapacidad. Las monedas que dejaba en casa las recibía del médico que lo trataba y que le rogó, que jamás desapareciera ese personaje que le daba vida a su pequeño hijo. El renovado payasito subió a la tarima, volvió a brillar y los niños volvieron a sonreír.

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