Resumen
El relojero del pueblo, Don Luis, revivió su negocio al ofrecer "tiempo adicional" en los relojes que reparaba. Esta estrategia atrajo a muchos clientes pero lo dejó agotado y sin tiempo para él. A pesar del éxito financiero, la historia subraya la ironía de no poder manejar el propio tiempo.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Don Luis, el relojero del pueblo, estaba quebrado porqué por falta de tiempo, la gente no visitaba su taller para realizar el mantenimiento y el cambio de pilas a los relojes.
Su vitrina se mantenía con viejos relojes olvidados por los clientes, además de otros tantos que definitivamente por falta de repuestos quedaron desarmados en una pequeña caja de lata de galletas que ya presentaba indicios de óxido.
Convencido de las historias y los lamentos de la gente por no haber hecho las cosas a tiempo, a don Luis se le ocurrió la brillante idea de componer la maquinaria de los relojes y adaptarles un tiempo adicional de media hora que les permitiera cumplir con anticipación a las citas programadas.
Decidido a levantar el Good Will de su taller, don Luis diseñó una campaña publicitaria en la que ofrecía tiempo gratis adicional por cada reloj que recibiera el mantenimiento. Cuando se dio cuenta, su vitrina se encontraba repleta de gente haciendo fila para recuperar en lo posible el tiempo perdido que tanto lamentaban sus clientes, y aunque esta no era su consigna les llevo la cuerda.
Doña Rubiela era la boticaria del pueblo, y fue una de las primeras en buscar el beneficio de ganarle tiempo al tiempo, segura de abrir aparentemente con media hora de anticipación de lo estipulado. La pobre Berenice era una muchacha muy bonita qué trabajaba para una empresa de mensajería motorizada, que desperdiciaba parte de su tiempo por llegar antes de lo estimado y debía esperar siempre para recibir los encargos. Así, poco a poco fueron llegando los clientes al taller, confiados de qué no perderían mas el tiempo si acondicionaban sus relojes, pues recuperaban ese tiempo con media hora de beneficio que les quedaba su reajustada maquinaria.
Don Luis casi se acerca a la locura, pues ahora él era quien ya no tenía tiempo para satisfacer las necesidades de sus clientes ni las suyas, y por sus afanes se vio obligado a contratar a un ayudante. Para completar su emprendimiento, varios de sus clientes llegaban muy temprano y los que no alcanzaban, llegaban muy tarde de la noche y ya don Luis estaba a reventar de salud por el agotamiento de su exigente trabajo. Cuando se dio cuenta, su ayudante descubrió la forma de retroceder el tiempo y se armó la pelotera porque si uno adelantaba el reloj y el otro lo detenía, entre sumas y restas del tiempo, la hora seguía siendo la misma, aunque nadie se percataba.
Las finanzas de don Luis llenaron las cuentas, así como su ayudante, y la gente del pueblo ahora vivía feliz por tener aparentemente un tiempo adicional a su favor.
Al poco tiempo de su cansancio por el trajín de tanto trabajo y falta de tiempo para dedicarse a descansar y disfrutar, el relojero y el ayudante se dieron cuenta que la vida les pasó casi en un instante, sin oportunidad de retrocederla ni adelantarla como lo hacían para sus clientes.
Al relojero y al ayudante se les detuvo el reloj y el corazón al mismo tiempo. Llamaron a Berenice para encargarle las pastillas del infarto y llegó tarde a la botica porque doña Rubiela había cerrado media hora más temprano de lo acostumbrado.
