En defensa del Congreso, los burros y las mulas

Resumen

América Latina teme al poder centralizado. Un Congreso fuerte puede evitar un liderazgo autoritario. Perú es un ejemplo donde el poder distribuido permite que, a pesar de sus crisis políticas, el país prospere económicamente.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
En defensa del Congreso, los burros y las mulas

América Latina le teme al poder dividido. Llevamos un siglo huyéndole a caudillos y golpes militares, y, aún sabiendo, seguimos obsesionados con la idea de que “un país necesita liderazgo fuerte para avanzar”.

Por: Edgar Julián Muñoz González

No lo había visto antes, pero cada vez me queda más claro el panorama. Quizá estamos entendiendo al revés dónde está el antídoto contra el autoritarismo, contra la falsa idea de que un presidente es inmaculado. El problema está en que todos quieren fortalecer al Ejecutivo, cuando lo que se debe hacer es dispersar poder.

Perú es el mejor ejemplo posible. Seis presidentes en pocos años, crisis políticas recurrentes, juicios políticos como deporte nacional. Todo eso suena a fracaso institucional, y sin embargo su economía sigue creciendo, la inversión extranjera sigue llegando y ninguna aventura populista logró capturar el Estado. ¿Cómo es posible? Porque ningún presidente pudo convertirse en Chávez o Bukele. Porque cuando el poder se distribuye entre muchos, nadie manda lo suficiente como para destruirlo todo. Yo mismo lo viví en el 2017 bajo el gobierno de Kuczynski. En alguna reunión me dijeron que allá mandaba el Parlamento y que lo iban a echar. Lo asimilé rápido. En Colombia nadie me creía, pero definitivamente se tiene que vivir en un lado para conocerlo. El internet aún no llega tan lejos como para darnos la experiencia real en las democracias.

Esta es la tesis que exploran Paolo Sosa-Villagarcia, José Incio y Moisés Arce en su análisis sobre el autoritarismo legislativo: un Congreso que acumula poder, bloquea reformas y actúa como contrapeso real al Ejecutivo. ¿Es deseable? No necesariamente. Pero es más seguro. Prefiero un Senado impredecible, lleno de disputas y vigilancia mutua, que un presidente que crea estar llamado a refundar la patria. ¡Qué mamera! En cambio, un Legislativo fuerte, a veces abusivo, capaz de frenar presidentes evitando que un solo individuo concentre poder, es más seguro. Y prefiero un circo de cien políticos haciendo piruetas, a un payaso con complejo de prócer y ganas de reescribir la Constitución en verso.

En Colombia, solemos temer que el Legislativo “bloquee” al Ejecutivo, como si eso fuera un defecto. Entonces las campañas de los congresistas van acompañadas del candidato. Lo mismo ocurre en las alcaldías y gobernaciones. “Necesitamos mayorías en el Congreso para lograr un cambio”…pero ya sabemos que lo que buscan son apoyos para perpetuarse. Pero la división de poderes fue inventada precisamente para frenar, impedir y moderar. Cuando un presidente como Gustavo Petro dice “el Congreso me estorba”, en realidad está diciendo: “me gustaría tener más poder del que me corresponde”.

Puede sonar raro, pero la historia reciente de América Latina enseña que las democracias no mueren cuando una Cámara controla a un presidente sino cuando nadie lo para. Si la elección es entre un liderazgo personalista o un Congreso ingobernable, yo prefiero la ingobernabilidad. El desorden institucional puede ser un precio alto, pero evita males mayores como la captura del Estado por terroristas, la destrucción económica o el experimento populista de turno.

Entre un superburro y cien mulas, me quedo con las mulas. Al menos, para empujar el país al abismo, primero tendrían que ponerse de acuerdo.

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