Entre goles y abrazos

Por: Edgar Julián Muñoz González

Últimamente, el Día del Padre ha sido una fecha especial para mí, no solo por la celebración en sí, sino por los recuerdos que me trae de momentos compartidos con mi progenitor. Uno de esos recuerdos, que permanece fresco en mi memoria, es la primera vez que el Atlético Bucaramanga llegó a una final en 1997.

Aquel día, el ambiente en la ciudad estaba cargado de emoción y nerviosismo. Mi papá, un hincha fiel del Atlético Bucaramanga, trataba de contener su entusiasmo con clichés como “es un simple juego”. Nos enfrentábamos al Deportes Quindío y, aunque el equipo no partía como favorito, la esperanza y el amor por los colores de nuestra camiseta estaban más vivos que nunca.

El partido fue un vaivén de conmoción y turbulencia. Íbamos perdiendo uno a cero, y las esperanzas parecían desvanecerse con cada minuto que pasaba. Sin embargo, en un último suspiro de madrazos, apareció el 'Fantasma' Ballesteros para hacernos gritar el gol del empate que nos llevaría a la final. ¡GOL HP! La casa estalló en gritos de alegría y nos abrazó a todos cuando mis hermanos y yo nos tiramos sobre él que permanecía recostado en su cama. Él nunca lloraba, pero ese minuto lo recuerdo por el brillo de sus ojos negros que advertían de unas lágrimas que nunca dejó salir, pero que estaban ocultas en su sonrisa nerviosa.

Ese santiamén de felicidad absoluta no se quedó en casa. Con una energía renovada, salimos a la calle a celebrar, a compartir esa alegría con otros hinchas que, como nosotros, vivían el momento como un sueño hecho realidad. La ciudad era un mar de camisetas amarillas y banderas, de cánticos y abrazos entre desconocidos, unidos por una misma pasión. Yo tenía 14 años.

Ese día no solo celebramos un empate épico, sino la fuerza de los lazos familiares y cómo el fútbol, con su magia y su capacidad de unir, crea recuerdos perennes. Al recordar esa noche, no puedo evitar sentirme agradecido de que mi viejo, Edgar Muñoz Marín, me enseñara a amar al Leopardo y al fútbol, no solo como un deporte, sino como una metáfora de la vida misma: con sus altibajos, sus periodos de desesperanza y épocas de gloria que se quedan grabados para siempre.

Don Edgar ya no está con nosotros, pero su espíritu y las enseñanzas que dejó permanecen vivos en los que lo amamos. Este año, el Atlético Bucaramanga vuelve a jugar una final del fútbol colombiano, y aunque no esté aquí para vivirlo, sé que su pasión y su amor por el equipo estarán presentes en cada jugada, en cada gol, en cada grito de aliento. Hoy no importa el resultado, si ganamos o perdemos la primera estrella, importan las emociones que este gran equipo nos ha hecho sentir.

La final del 97, más que un logro deportivo, fue un trance de unión, de aprendizaje y de amor. Mi cucho me enseñó a vivir cada instante con intensidad, a nunca rendirme y a celebrar cada pequeña victoria como si fuera la más grande. Porque eso es ser hincha canario, y todos los partidos se celebran como una final.

Este Día del Padre, invito a todos a remembrar esos instantes especiales, a celebrar la vida y a seguir creando recuerdos que perduren en el tiempo. Y ya que hablamos de momentos importantes, y para no perder la costumbre, esperemos que terminemos el año con más glorias para el AB, mientras Gustavo Petro sigue encantando bobos en Suiza, lejos de nuestros estadios.