Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)El turismo es promovido por muchos como la solución mágica para todos nuestros males. Pero, la verdad, es un disgusto, y en Colombia ya hemos visto cómo esta actividad puede hacer más daño que bien. Basta con mirar lo que ha ocurrido en la costa atlántica y en Medellín, donde el turismo desbocado ha traído consigo problemas que van desde la sobreexplotación cultural hasta el narco turismo y la prostitución. Claro, porque nada dice “desarrollo” como convertir a nuestras ciudades en parques temáticos de los vicios foráneos.
Cartagena y Santa Marta, por ejemplo, en 2022 recibieron de más de 4,5 millones de turistas internacionales, según cifras del Ministerio de CIT. Un ejército de flip-flops que todo les parece barato y pagan de más sin pedírselo. ¿El resultado? Barrios enteros convertidos en decorados de película, con la vida real expulsada, donde los oriundos miran desde lejos cómo suben los precios, mientras las selfis bajan su calidad de vida.
Luego está Medellín que, en su esfuerzo por desprenderse de la sombra del narcotráfico, ha terminado atrayendo a hordas que llegan justamente en busca de una experiencia “auténtica” del narco. Barrios como El Poblado se han transformado en centros de fiesta desenfrenada, con visitantes que parecen no haberse enterado de que la ciudad lleva décadas intentando superar esa oscura etapa. Pero claro, mientras sigan llegando dólares, ¿quién se va a quejar de unos cuantos turistas desubicados que piensan que Escobar es un ícono pop exintegrante de menudo? Con lo hermosa que es Antioquia.
Y aquí es donde entramos en Santander, donde el enfoque ha sido un poquito diferente. Este departamento ha logrado lo que para muchos parece imposible: atraer visitantes sin venderle el alma al diablo. Con su geografía imponente y rica historia, ofrece algo más que bares de moda. Aquí hablamos de rutas y senderos que no solo conectan pueblos, sino también a las personas con la naturaleza y su propio pasado.
El camino de Lengerke, por ejemplo, es solo una pieza del rompecabezas. ¿Le suena mejor caminar por senderos históricos a recorrer calles atiborradas? Perfecto, venga a Santander. El Cañón del Chicamocha, las Ventanas de Tisquizoque en Florián, y las caminatas en Socorro son solo algunas de las alhajas. Eso sí, no espere toparse con el ruido y la vorágine de los destinos turísticos convencionales; en su lugar, encontrará un enfoque en la sostenibilidad y el respeto por las comunidades locales.
Deberíamos aprender de ejemplos como El Hierro en Canarias, una isla que, a pesar de promover el periplo, ha decidido que no todo vale. En lugar de vacacionistas desbordados por las calles, han optado por un desarrollo turístico controlado, donde la prioridad es preservar su entorno natural y cultural. Un rincón que mantiene su esencia y los visitantes no son un peso, sino parte de la armonía del lugar.
Mientras tanto, el presidente Gustavo Petro sigue apostando a que más vacaciones es igual a más progreso. Ahora cambió los aguacates por frunas. Si realmente quisiera que el ocio fuera una fuente de riqueza y no un agujero negro cultural, pensaría en los nativos. Aquí no se trata de cuántos turistas se pueden meter en una playa o qué tantos mochileros logran hacer la misma ruta alternativa sin romper nada, sino de cómo asegurar que lo que hace a una región única no se pierda en el proceso.
Colombia tiene una oportunidad de oro para redefinir su relación con este sector. En lugar de seguir vendiendo nuestra autenticidad al mejor postor, deberíamos mirar hacia modelos más sostenibles, donde el verdadero tesoro no es la cantidad de visitantes, sino la calidad de vida de sus habitantes. Ojalá que Santander no se pierda.