Jennifer y su cacao con alma santandereana

Jennifer y su cacao con alma santandereana

Resumen

Jennifer Cardona, madre y emprendedora de Santander, crea pequeños tesoros de cacao llamados Chocolates Amor. Desde sus inicios en el SENA hasta su experiencia en Ghana, su historia es un testimonio de pasión y dedicación al legado del cacao.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Camilo Silvera

En una casa cálida, donde el olor a cacao envuelve las paredes y el amor florece entre risas infantiles, Jennifer Cardona forja su historia. Mujer, madre y emprendedora, tiene manos firmes, alma dulce y un sueño que huele a chocolate. Desde Santander, su tierra, transforma el grano del cacao en pequeñas obras de arte comestible que llevan un nombre nacido del corazón: Chocolates Amor.

La historia comenzó en el año 2017, cuando Jennifer, buscando una manera de estar más cerca de sus tres hijos —Tomás, Lila y Emil— decidió estudiar en el SENA. El programa técnico en elaboración de productos de confitería le abrió las puertas a un mundo que no conocía, pero que pronto amaría: el del cacao. Desde entonces, su vida no ha vuelto a ser la misma.

"Descubrí esta cultura que se llama cacao, que amo y me encanta, y me ha llevado a lugares donde nunca pensé estar", dice con orgullo.

Y no exagera. Su pasión por el grano ancestral la llevó más allá de las fronteras, hasta Ghana, África, considerada la cuna del cacao. Allí, como la única santandereana en representar a Colombia, aprendió sobre fermentación, procesamiento y cultivo, compartiendo saberes con otras mujeres agricultoras de distintas partes del mundo. En ese viaje no solo cruzó océanos, cruzó también límites internos, temores, y se confirmó a sí misma que el campo tiene futuro, que la ruralidad también empodera.

Desde su cocina, con moldes, envases y pequeñas tabletas que cuentan historias, Jennifer le pone alma a cada producto. “Chocolates Amor no es solo un nombre bonito —dice—, es lo que siento cuando trabajo, es lo que mis hijos me inspiran.” Su emprendimiento no solo endulza paladares, también endulza la vida de quienes creen que del campo nacen los sueños… y los hacen realidad.

Hoy, Jennifer no se detiene. Sueña con tener su propia tierra, cultivar su propio cacao y cerrar el ciclo productivo que comenzó en una clase del SENA y continúa con cada tableta que empaca con esmero. Cree firmemente que el campo trae oportunidades y que las mujeres pueden transformar sus comunidades desde la raíz.

Y el SENA, fiel a su misión de formar para el trabajo y el desarrollo, ha sido más que un puente: ha sido el trampolín, el impulso, la chispa. Es en historias como la de Jennifer donde se ve, con claridad y dulzura, el verdadero impacto de la formación técnica: cuando la educación transforma hogares, territorios y destinos.

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por Camilo Silvera
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