Jueves Santo: cuando el amor sirvió, oró y fue traicionado

Cada Jueves Santo, millones de cristianos en el mundo conmemoran una de las jornadas más intensas y significativas de la vida de Jesucristo, una fecha cargada de simbolismo y emoción que marca el inicio del Triduo Pascual. Cuatro momentos clave definen este día: la Última Cena, el lavatorio de los pies, la oración en el huerto y la traición de Judas. Todos ellos, narrados en los evangelios, revelan la dimensión humana y divina de Jesús en las horas previas a su pasión.
El acto central del Jueves Santo es la Última Cena. Fue la última vez que Jesús compartió el pan y el vino con sus discípulos, instituyendo el sacramento de la Eucaristía con las palabras: “Este es mi cuerpo” y “Este es mi sangre”. Este gesto, repetido en cada misa alrededor del mundo, no solo anticipa su entrega, sino que encarna la esencia de su mensaje: amor, comunión y vida eterna.
Pero la cena no fue solo un banquete espiritual. Durante la misma noche, Jesús realizó un acto radical de humildad: el lavatorio de los pies. A pesar de ser el maestro, tomó una toalla, se arrodilló y lavó los pies de sus discípulos, un gesto que rompía los códigos sociales de la época y que dejó una enseñanza profunda: “El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos”. Hoy, ese acto es recreado simbólicamente por sacerdotes en las iglesias del mundo, como un recordatorio de la grandeza del servicio.
Después de la cena, Jesús se retiró al huerto de Getsemaní a orar. Allí, rodeado de un silencio denso, vivió uno de sus momentos más humanos: el miedo ante el sufrimiento inminente. Su oración fue tan intensa, que según los evangelios, sudó gotas de sangre. En ese instante, Jesús enfrentó la soledad, la angustia y la aceptación, mostrándose como un hombre que, aun con miedo, elige cumplir con su misión.
La noche culmina con uno de los actos más oscuros: la traición de Judas. Con un beso, símbolo de afecto y lealtad, Judas entregó a Jesús a quienes lo buscaban para apresarlo. Esa traición, a cambio de treinta monedas de plata, marca el inicio de la pasión y el sufrimiento. Sin embargo, lejos de responder con odio, Jesús acogió la traición con serenidad, reafirmando su amor incondicional incluso hacia quien lo entregó.