La medición de riesgos en veremos …

Resumen

El artículo destaca la importancia de la medición de riesgos para prevenir tragedias en Colombia, recordando eventos históricos como Armero y el Palacio de Justicia. Resalta la necesidad de comunicación y advertencia para evitar pérdidas humanas por negligencia.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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La medición de riesgos en veremos …

Por: Carlos Iván Mantilla Velásquez

Desde el holocausto del Palacio de Justicia, el desastre de Armero, hasta nuestros días. De esta medición se habla   mucho pero su aplicabilidad casi siempre queda en el camino; se olvida, y al final de un mal resultado, fracaso o lo que es peor: una catástrofe. Llegan las lamentaciones, los “mea culpa” y no faltan los “jueces” que responsabilicen y condenen a los que poco tuvieron que ver con el origen de los hechos a lamentar. Es decir, en muchos de los casos, los mismos que juzgan son los culpables por omisión o ejecución. Colombia tiene a su haber catástrofes históricas que fueron anunciadas y no se hizo nada para evitar la perdida masiva de vidas, en gran medida, por negligencia de las autoridades.  

En lo que respecta al desastre natural de Armero, vaya a saberse las razones poderosas que tuvo el volcán que dormía y se despertó para protestarle a la humanidad la tragedia más grande vivida por los colombianos. Al metéreologo y científico Max Enríquez lo trataron de loco los políticos y las autoridades de ese entonces, además lo declararon persona no grata en el Tolima por anticiparse, quince días antes, basado en sus estudios vulcanológicos, a predecir el peligro latente de erupción del Nevado del Ruiz que, en últimas arrasó, mediante avalancha, con el próspero pueblo algodonero y cegó la vida de aproximadamente 25.000 personas. Esto sin contar a los que adolecen de lenguaje y no pueden gritar para pedir auxilio: los animalitos. Fue el fin del mundo.                                                

Hoy seguimos lamentándolo y más, los pocos que de milagro quedaron en pie y que aún, después de cuarenta años, siguen buscando los restos de sus seres queridos, algunos con la esperanza de reencontrarse con aquellos que se suponen vivos, a los que no dieron por muertos y que no se sabe si fueron rescatados, pero desaparecieron.    

En el caso de la masacre del Palacio de Justicia, qué coincidencia, sucedió en el mismo año -1985-, tampoco se hizo caso a las voces de alerta que informaron del asalto que perpetrarían, tragedia ésta ocasionada por la demencia del hombre, los guerrilleros del M 19, movimiento del que hacía parte el fulano que hoy tenemos por presidente. Grupo terrorista que, para ese momento, además de otros desmanes y delitos, había asesinado de forma inmisericorde al líder sindicalista, José Raquel Mercado Martínez, dejando el cadáver a la intemperie   en la glorieta más cercana al parque El Salitre.

Se sabía que los delincuentes del M 19, muy posiblemente financiados por el mafioso Pablo Escobar, tenían planeado el asalto al palacio de justicia. Sin embargo, falló la inteligencia militar y con ésta el presidente Belisario Betancur quien impávido tampoco hizo nada para prevenirlo y mucho menos escuchó la voz del presidente de la Corte Suprema, Dr. Alfonso Reyes Echandía, clamando por el alto al fuego, secuestrado y encerrado por los terroristas en su oficina. Fuego cruzado producto del combate que tuvo que librar el ejército contra los salvajes insurgentes en el afán de rescatar a las victimas de sus garras asesinas. Ésta es la más grande tragedia colombiana, propiciada por los dementes del M-19: organización de retrógrada ideología comunista, hoy arropada bajo el nombre de un partido político, supuestamente progresista.

Ahora revisemos lo que en estos tiempos es noticia y se ha convertido en pan de cada día, éstas son numerosas y dan cuenta a diario de hechos aislados cuyos desenlaces son fatales en situaciones que se hubieran podido evitar si los   allegados a las personas damnificadas, el familiar más cercano o un buen amigo preocupado, les hubieran prevenido a tiempo del peligro que enfrentaban por un riesgo en particular que observaron en su cotidianidad y previamente al trágico suceso. 

Noticias absurdas como esta: “Un señor de ochenta y cinco años conduciendo una camioneta bajo un fuerte aguacero bogotano -un diluvio- fue a caer inexplicablemente a las aguas del caño de la calle 116 – sector Alhambra - y murió ahogado”. Uno se pregunta: ¿Qué hacía un señor de avanzada edad, conduciendo una camioneta sin al menos un acompañante y en esas condiciones climáticas? ¿Cómo él mismo no midió los riesgos y dónde estaban sus hijos, familiares o amigos para que le advirtieran de semejante peligro?  

Otra noticia: “un señor que sufría de esquizofrenia y bipolaridad andaba campante al volante de su camioneta cuando en uno de sus trances mentales; atropella, sin proponérselo, de forma extraña, a un grupo de motociclistas. Luego inicia la huida y lo persigue un ‘enjambre’ de más de 200 moteros que, luego de darle alcance al desquiciado hombre le destruyen el vehículo y a golpes, sin piedad, terminan linchándolo. Lo más triste y paradójico: la enceguecida turba pensó que se trataba de un borracho”.

Las preguntas son: ¿cómo es que a un señor que padece esquizofrenia o trastorno bipolar lo dejan conducir un vehículo?  ¿Qué tanto les preocupó a los médicos y familiares su condición?                                                           

La última noticia, no acabaría, son decenas los casos y se me agotan los caracteres de la columna. “Un joven estudiante de la universidad de los Andes, acude a festejar el Halloween, organizado por las directivas del Alma máter, en un lugar ubicado en una de las zonas más peligrosas de Bogotá: Chapinero. El joven es atacado a la salida de la discoteca por dos energúmenos, uno de ellos estudiante de la misma institución, que lo golpean con sevicia hasta acabar con su vida”. El acabose.

Las preguntas: ¿Cómo es que un joven, excelente estudiante, juicioso, pero sin experiencia en las lides de la frenética rumba, resulta en semejante escenario? ¿Por qué la universidad organizó “la fiesta” en tan decadente y peligroso ambiente? ¿Por qué los padres del joven no se percataron del peligro que corría? a diferencia de los de otros padres que sí pudieron persuadirlos y por eso no acudieron a encontrarse con la fatalidad.          

Unos justificarán tan lamentables hechos, simplemente, diciendo que estos seres estaban predestinados y ese era el escabroso final de sus vidas. Otros se atreverán a culpar a Dios, el menos culpable de las desgracias. Y, lo más próximos y dolidos, seguirán culpándose y preguntándose el resto de sus vidas: ¿Por qué no hice algo para evitarlo? ¿Por qué tuvo que ocurrir? ¡por qué!   

Conclusión: aunque es imposible saber con certeza dónde y cómo terminará nuestra existencia en este mundo, sí podemos, por lo menos, hacer “medición de riesgos”. Esta consiste en dialogar, reflexionar y, ante todo: comunicar y advertir. En revisar en familia, en las empresas privadas y en las instituciones del estado, los planes por pequeños que sean para detectar el riesgo: virar a tiempo y tratar de torcer a favor un mejor destino.  “Los riesgos son constantes; la medición de éstos debe ser permanente”. cimanve@gmail.com.

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