La mutilación femenina

Por: Maura Samara Suárez

El llanto de la bebé apenas se escuchó. No hubo gritos ni forcejeos, solo un quejido ahogado antes de que la sangre comenzara a teñir las mantas. Tenía 23 días de nacida cuando fue mutilada. Su madre, también víctima de la tradición, sostenía su manita con ternura mientras otras mujeres la inmovilizaban. Un corte rápido, sin anestesia, sin explicación.

A 400 kilómetros de distancia, en otro resguardo indígena, una niña de 13 añospasaba por lo mismo. Ella sí gritó. Intentó resistirse, pero no tuvo opción. Cuatro manos sujetaron sus piernas, otras dos cubrieron su boca. Lo último que vio antes del dolor fueron los ojos de la partera, oscuros e implacables.

Esta no es una historia de África ni de Medio Oriente. Ambas fueron llevadas de urgencia a un hospital en Bogotá. Si no hubieran presentado hemorragias o riesgo de anemia severa, sus casos jamás habrían salido a la luz. En 2023, al menos 90 niñas fueron mutiladas en Colombia. Esas son las que llegaron a un hospital. Las que sobrevivieron en silencio no están en ningún informe. Colombia, es el único país de América Latina donde la mutilación genital femenina sigue vigente. Aquí, en la misma tierra donde las mujeres desde 1954 luchan por la paridad, algunas niñas todavía son marcadas a cuchilloen nombre de la tradición.

La ablación se practica en ciertas comunidades indígenas, especialmente en la Emberá Chamí. Le llaman "la curación". Se dice que "purifica" a las niñas, aseguran que así serán mejores esposas, y que así evitan ser "promiscuas". Después del corte, la herida es solo el comienzo. Primero viene la hemorragia, luego las infecciones, la dificultad para orinar y, más adelante, la incapacidad de vivir una sexualidad plena. Cuando crezcan y se conviertan en madres, enfrentarán partos desgarradores y complicaciones médicas.

Pero el mayor daño no es físico, sino psicológico. Muchas víctimas crecen sin entender por qué fueron lastimadas, creyendo que deben hacerlo también con sus hijas porque esa es “la tradición”, porque si no lo hacen pueden enfrentar consecuencias “espirituales” o incluso físicas. A pesar de ser una práctica reconocida y denunciada, en Colombia la mutilación genital femenina no está penalizada. No hay cárcel para quienes la realizan. No hay condenas para quienes lo permiten. Las niñas son mutiladas y el país sigue adelante.

Uno de los obstáculos para su erradicación es el marco legal colombiano. La Constitución reconoce la autonomía de los pueblos indígenas para gobernarse bajo sus propias normas, siempre y cuando estas no violen los derechos humanos. Sin embargo, en la práctica, esta protección ha permitido que la mutilación genital femenina siga ocurriendo sin consecuencias legales para quienes la practican.

En 2007, la muerte de una bebé Emberá Chamí tras ser mutilada hizo que el tema llegara a los medios, pero diecisiete años después, nada ha cambiado.La mutilación sigue ocurriendo, pero oculta en el silencio. Nadie investiga. Nadie sanciona. Nadie lo detiene. Los activistas indígenas, como Arelis Cortés, lo dicen claro: "Es una deuda del país con las niñas indígenas." No basta con campañas educativas, ni con discursos de condena. Se necesita justicia.

Porque cada minuto que pasa sin que Colombia actúe, una niña más puede estar siendo mutilada. Y, al igual que las otras 90 del 2023, probablemente jamás sepamos su nombre.