La perturbadora colección de arte de Jeffrey Epstein
Resumen
La colección de arte de Epstein exhibe provocación y mal gusto, centrada en obras chocantes como una escultura de una 'novia' colgante. Las imágenes exponen su perturbador gusto y conexión con figuras políticas.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
La reciente publicación de imágenes inéditas de la mansión neoyorquina de Jeffrey Epstein por The New York Times ha reavivado el interés y la polémica en torno a la singular y perturbadora colección de arte del financiero y depredador sexual. Entre todas las fotografías, la que más ha desconcertado a los lectores no es un retrato de sus invitados famosos ni un documento financiero, sino una escultura de tamaño real: una figura femenina vestida con un auténtico vestido de novia, suspendida de una cuerda junto a la escalera principal.
Esta pieza, descrita anteriormente como “una muñeca femenina de tamaño real colgando de una lámpara de araña”, resume el estilo y el mensaje ambiguo que marcaban gran parte de la decoración de Epstein: una mezcla de provocación, mal gusto, ironía y pretensión artística.
Las imágenes difundidas muestran también otros aspectos inquietantes de sus residencias, como cámaras instaladas en los dormitorios y fotografías del magnate junto a figuras políticas y empresariales influyentes. Entre los objetos más llamativos aparecen un mapa de Israel dibujado por el ex primer ministro Ehud Barak, un billete firmado por Bill Gates con la frase “¡Tenías razón!” y abundante memorabilia que buscaba evidenciar su cercanía con el poder.
Aunque Epstein gastó entre 200.000 y 300.000 dólares en arte y objetos decorativos, un informe de 2022 valoró toda su colección —incluyendo obras, objetos y mobiliario— en apenas 338.804 dólares. Esta cifra resulta modesta para alguien con múltiples propiedades de lujo, y contrasta con el gasto mensual de 15.000 dólares que destinaba únicamente al almacenamiento de las piezas.
El inventario revela patrones recurrentes: bromas de mal gusto, elementos de decoración con estética de burdel, objetos de diseño con pretensión artística y falsificaciones o piezas de dudosa autenticidad. Entre ellos se encontraban ojos protésicos enmarcados, un guerrero africano de tamaño monumental, animales disecados (incluyendo un tigre, una jirafa y un perro con excremento falso), y un ajedrez cuyas piezas representaban a empleados suyos en poses provocativas.
En las paredes colgaban obras que iban desde pinturas de niñas y mujeres desnudas —descritas por algunos testigos como “artísticas” más que pornográficas— hasta retratos y esculturas de contenido provocador. Destacaban piezas como Little Miss Pink Tomato (1995), de Damian Loeb, que retrata a niñas en traje de baño bajo luces de escenario, o un gran cuadro de una niña recostada sobre un león. También figuraban obras de autoría dudosa atribuidas a artistas como Rodin, Max Weber o Jean Dubuffet, así como falsificaciones deliberadas con las que Epstein, según su exasesor, disfrutaba engañar al mercado.
Una de las obras más comentadas fue un óleo de Bill Clinton con vestido azul y tacones rojos, adquirido en una exposición de tesis, que para algunos visitantes sugería que Epstein poseía información comprometedora sobre el expresidente. Entre las piezas de mayor valor figuraba Femme Fatale (c. 1905) de Kees van Dongen, aunque algunos expertos sospechan que se trataba de una copia.
El conjunto revela un gusto orientado a lo chocante y lo simbólicamente transgresor más que a la calidad artística. La escultura de la novia colgante —sin firma ni atribución a un artista reconocido— concentra los cuatro rasgos predominantes de la colección: impacto visual, estética provocadora, pretensión de arte contemporáneo y una ambigüedad calculada. Para quienes la han visto, parece encarnar la idea de que su propietario podía permitirse cualquier cosa, incluso en el terreno moral y estético.
