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La Policía Nacional: hombres y mujeres que trabajan desde las calles hasta las selvas

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Resumen

El artículo describe la dedicación y valentía de la Policía Nacional de Colombia, que opera en todo el país protegiendo a los ciudadanos sin importar las condiciones. Destaca su compromiso con la vida, honra y bienes de las personas, y su papel fundamental en la seguridad y la convivencia pacífica.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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Son las dos de la madrugada en una ciudad colombiana. Las penumbras de la noche forran todo lo que existe y apenas alcanza a divisarse un grupo de árboles adormecidos alineados sobre el andén. En el cielo el fulgor de un relámpago permite ver el firmamento cubierto de nubes anunciadoras de la lluvia que en unos minutos se desgajará sobre el suelo cubierto de pavimento. La linterna de una motocicleta le abre paso en las tinieblas, el motor interrumpe el silencio de la nocturnidad.

El pequeño vehículo avanza de prisa, sus luces azules y rojas permiten deducir que se trata de una motocicleta de la Policía Nacional. Sobre ella van dos valientes policías que desafían los peligros del lugar y de la hora y se dirigen hacia las entrañas de un barrio desde donde han sido llamados para atender una emergencia.

No les importa el peligro ni los presentimientos, solo saben que deben cumplir con su deber y su compromiso con Dios y la patria. Más de 178 mil policías, hombres y mujeres, hacen lo mismo todos los días y todas las noches en los barrios, las veredas, los valles, las llanuras, las riberas y todos los rincones del país. La Policía Nacional, desde su creación el 5 de noviembre de 1891, se ha constituido en un cuerpo presente con sus unidades y su espíritu de confraternidad en toda la geografía nacional.

Un buen policía no es una persona común, es el amigo de la cuadra, el protector de quienes caminan por las calles solitarias entre paredes frías, árboles taciturnos y andenes disparejos. Es el conciliador de conflictos que interactúa para que una riña de vecinos termine con un apretón de manos, el que porta un arma de dotación, pero prefiere emplear las armas de la palabra, la persuasión y la paciencia. Es el que está en todas las áreas de nuestra geografía.

Un ciudadano puede llegar a cualquier parte y no conocer a nadie, pero respira tranquilo cuando ve a un agente del orden. La policía funciona de manera que todos los ciudadanos la vean en todas partes. Pueda que en algún lugar habitado no haya supermercado, hospital o terminal de transportes, pero lo que no faltará nunca es la presencia del Estado a través de sus policías. Ellos son garantes del orden, pero también se constituyen en sinónimo de la colombianidad.

Algunas veces en casos de extrema necesidad aplican los primeros auxilios médicos, otras veces han actuado como enfermeros y hasta parteros, para salvar la vida de la madre y de la criatura que Dios ha enviado al mundo.

En ocasiones se les llama como si fuera juez: las partes en conflicto le consultan quién tiene la razón y aceptan lo que el agente en su sabiduría les dice. Una buena forma de conocer a la policía es saber quién no es el policía: no es un ser blindado contra los sentimientos humanos, no es una persona entrenada para abusar de la fuerza, no es el todopoderoso que lo resuelve todo y tampoco es la piedra en el zapato que le hace imposible la vida a la gente honesta.

Por el contrario, es una entidad con una profunda vocación democrática, garante de la vida de los ciudadanos, pero también de su honra y de sus bienes. Y cuando se trata de proteger la vida de un compatriota lo hace sin detenerse a revisar quién es la persona o qué ha hecho. Todo colombiano es un ser digno y sujeto de apoyo en cualquier momento, aunque haya cometido errores o equivocaciones.

La policía está conformada por hombres y mujeres que miran el porvenir con la fe del misionero, que observan a las estrellas y en uno de esos puntos lejanos y titilantes encuentran los rasgo de una país nuevo y mejor, brillante como las luces del firmamento y pacífico como el hábitat de los buenos ángeles de la guarda.

La vida del policía está impregnada por el perfume de la ternura y abrigada por el manto del cuidado celestial. Tiene la estatura de un gigante cuando se trata de defender al ciudadano y la ternura de un niño soñador cuando se trata de empatizar con quienes sufren.

El nuevo modelo nacional de policía se sustenta en los principios de humanismo, profesionalismo, honestidad e innovación, se encamina a trabajar por Colombia en paz, está orientado a las personas y los territorios y tiene como objetivo convertir la seguridad ciudadana en prioridad nacional.

El general William René Salamanca Ramírez, al presentarlo, manifestó que el modelo tiene tres características fundamentales: focalizado, diferencial y flexible y eso permite darle respuesta integral a cada comunidad. Está orientado a las personas y los territorios, se caracteriza por trabajar bajo el principio de corresponsabilidad, mediante el trinomio comunidad, autoridades político-administrativas y Policía, concentra todas las capacidades de inteligencia e investigación de la Policía Nacional, respaldado por un importante componente tecnológico, que incluye el uso de la inteligencia artificial para optimizar la focalización en la prestación del servicio de policía.

El hombre o la mujer de la policía sonríe en el parque al ver la tierna escena de un abuelo comprándole helado a su nieto mientras pasean a un pequeño e inquieto French Poodle que era blanco pero que ahora exhibe un extraño color marrón en su pelaje después de haberse revolcado felizmente en la tierra.

Sin embargo, también lloran al lado del niño y de la dama que han perdido a su ser querido en un absurdo accidente de tránsito o en un demencial acto de violencia de esos que, le pedimos a Dios, nunca más vuelvan a ocurrir.

Las botas del policía pisan las finas arenas del desierto de La Guajira, se impregnan de lodo en las selvas del chocó, se humedecen en las orillas del Río Magdalena en el Sur de Bolívar, pisan la tierra firme de Leticia y visitan la maloca en donde hermanos colombianos cantan en su lengua autóctona, y se afirman sobre el pasto de las planicies de los llanos orientales. Es la presencia del estado en la Colombia profunda por medio de ese ser humano entrenado para servir, para vivir orgulloso de su tierra y para agradecerle a Dios y a la patria por el privilegio de estar dispuesto a ofrendar aún su propia vida para proteger la de sus compatriotas.

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