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Maldita pasión

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Resumen

El artículo analiza el comportamiento de los hinchas y dirigentes del fútbol colombiano durante la Copa América, donde se vieron actos de violencia y descontrol. El autor cuestiona la manera en que se vive la pasión por el fútbol en su país.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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Por: Mauricio Ibáñez

La Copa América nos dejó un sabor agridulce. Como ha ocurrido muchas veces, el entusiasmo colectivo motivado por comentaristas expertos nos ponía en lo más alto del pódium antes de jugar cada partido. Que, porque los jugadores estaban en su máximo esplendor, o que las fechas invictas. Ya había vivido algo parecido en el año 94. Al final el sueño se derrumbó después de 110 minutos de angustiosa final contra los argentinos.

Pero mi desilusión no llegó por cuenta de que nos faltaron dos centavos para el peso. Mi desilusión ya estaba montada desde el momento de la pelotera al final del partido contra Uruguay, en la que, llevados por la pasión de haber ganado el cupo al juego final, muchos del público amarillo hostigaron a los uruguayos presentes, que se la dejaron montar. En un colegio, universidad o empresa, a eso se le llamaría bullying, y tendría consecuencias serias. Aquí, no pasó de puñetazos y madrazos, y nada más y nada menos que contra jugadores estrellas del equipo rival, que nada tenían que estar haciendo por allá, en las puertas de la maldita pasión. Ese fue un acto horripilante y pésimamente manejado por las autoridades gringas. ¿En cuánto estará cotizado el puño que aterrizó en el rostro de Núñez?

Después vino el circo de la final, con un montón de gente, otra vez muchos de mis compatriotas, pero no los únicos, saltándose vallas, paredillas, como si estuvieran a las puertas del cielo. El paraíso que supone para los hinchas sin control ver correr a 22 jugadores detrás de un balón para meterlo en las canchas rivales. Aquí se vio a la Policía aplicando un poco de mayor experiencia, pero hay que decirlo, también se la dejaron montar por los fanáticos avivatos. Esto fue ya otro punto negativo para nuestra maltrecha fama a nivel mundial.

Y luego vino el acto más vergonzoso de todos. Así como para ponerle una cereza a la torta de zanahoria, nuestro máximo dirigente del fútbol colombiano, todo un lord, dándose puños con la mismísima autoridad americana. Terminó preso. Hay que reconocer que la autoridad gringa ha mejorado en eso de derechos humanos, porque por mucho menos han matado a otros personajes en el país donde disparan primero y preguntan después, aunque provoquen revueltas.

¿Para qué nos ha servido la pasión?, ¿para eso? ¿Cuál es el vacío que estamos demostrando en nuestro interior? Ni siquiera podemos controlarnos, ni como “don nadies” ni como honorables dirigentes ante lo que es, al fin y al cabo, un juego en el cual, a pesar de todos los expertos, siempre habrá un ganador y un perdedor.

Al día siguiente de la vergüenza, la Policía en Bogotá dijo que, debido a la derrota de la selección, la noche transcurrió tranquila en la capital. Hubo cuatro muertos. ¡Dios mío, cuánta gente se ha salvado!

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