Odisea de María Corina Machado para recibir su Nobel de Paz en Oslo
Resumen
El premio Nobel de Paz a María Corina Machado expone la hipocresía internacional ante el régimen autoritario de Maduro. La ceremonia en Oslo demandó acciones decisivas en defensa de la democracia y derechos humanos en Venezuela.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
La concesión del Nobel de Paz a María Corina Machado confronta a la comunidad internacional con una pregunta ineludible, ¿hasta cuándo prevalecerá la conveniencia sobre la coherencia democrática?
La ceremonia en Oslo no sirvió para el aplauso cómodo porque expuso fricciones políticas, proxenetas de autoritarismos y la poca disposición de algunas élites a enfrentar crímenes civiles que devoran una nación.
El discurso de Jørgen Watne Frydnes rompió con la prudencia retórica. Calificó al régimen venezolano como un aparato autoritario y señaló, con nombres propios, a los proveedores de su represión: actores extranjeros que facilitaron armas diplomáticas y rescates económicos a un proyecto que estrangula libertades.
Esa acusación no admite eufemismos ni tampoco la hipocresía de quienes, para no perder gabelas, no se atreven a condenar de lleno el régimen presidencial criminal de Nicolás Maduro.
Cuando un comité independiente nombra culpables sin miramientos, sin compromisos de ninguna índole y exige reconocimiento de resultados electorales, la comunidad democrática recibe una orden ética, que no es otra que la de aplicar principios, no excusas.
La figura de María Corina asume doble condición simbólica, porque, por un lado, representa la resistencia de sectores que ganaron en las urnas y no obtuvieron poder civil, y por otro, encarna la imposibilidad física de ejercer la política dentro de su país.
Su intervención a través de su hija y su aparición fugaz en Oslo reafirmaron que la represión no se limita a cárceles: extiende sombras sobre la normalidad política. La responsabilidad no recae solo sobre los autores directos de la represión.
Gobiernos que relativizan los delitos de Maduro por afinidades ideológicas o por cálculos geopolíticos actúan con complicidad. En ese grupo incluye el artículo a un mandatario regional que ha mostrado complacencia ante el régimen venezolano.
Cuando un gobernante democrático tutorializa sobre solidaridad internacional mientras respalda a un autócrata, la acción deja de ser táctica y se transforma en traición moral frente a las víctimas.
El Nobel no resuelve la crisis venezolana. Sin embargo, obliga a clarificar alianzas y obligados a traducir palabras en acciones, pide sanciones sin necesidad de pedirle permiso a nadie y nadie se quejará de sanciones coherentes, apoyo a mecanismos de verificación electoral y atención humanitaria sin condicionamientos.
Lo que más causa grima es que la comunidad internacional dispone de instrumentos jurídicos y diplomáticos para impedir que la impunidad se normalice, pero salvo Estados Unidos, nadie ha condenado ese régimen perverso, es por eso que, si las democracias quieren credibilidad, deben ejercerla sin dobles raceros.
Reconocer un premio no implica neutralidad tibia. Implica tomar partido por la legalidad, por la restitución de derechos y por la dignidad de millones que padecen la expoliación del Estado.
Oslo lanzó un mensaje claro: la democracia reclama actos, no palabras edulcoradas. Quien abraza a un dictador deja de representar valores; se convierte en cómplice de su depredación.