Pensar es un privilegio

Resumen

Nuestra capacidad de pensar profundamente está en riesgo en un mundo lleno de pantallas y estímulos rápidos. La infancia sobreestimulada pierde valiosas experiencias sensoriales. En algunos colegios, se implementan políticas cero pantallas para fomentar el desarrollo cognitivo libre.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Alvaro Angarita
Pensar es un privilegio

Pensar es un privilegio, y déjenme elaborar la idea porque sé que suena extraño. Vivimos en un mundo saturado de pantallas, inteligencia artificial, redes y estímulos rápidos; la realidad es que nuestra capacidad de pensar de forma profunda está en peligro de extinción. Probablemente estemos frente a las últimas generaciones que piensen por sí mismas.

No lo digo solo yo, seguro han visto a los famosos niños iPad. Son esos pequeños que llevan una tableta a todas partes: a la mesa, al baño, al carro… siempre. Y cuando se la quitan, estallan en llanto o rabietas como si atravesaran un síndrome de abstinencia. No voy a profundizar en el aspecto neurológico —eso ya lo han hecho especialistas como Marian Rojas Estapé—, pero es imposible ignorar lo que advierten.

Mi recomendación es el podcast Más Allá del Rosa, en el episodio “Niños conectados y papás desconectados”, se habla de estrés postraumático en niños, de cómo evitar los abusos de la tecnología y, lo más importante, de que sí hay soluciones. Yo no soy madre, pero esta es una de mis razones para no serlo, me aterra vivir en un mundo donde la infancia está sobre estimulada desde la cuna. Me duele pensar que, para muchos, crecer así será lo normal, y que perderán la oportunidad de descubrir el mundo con sus propios sentidos.

Volviendo a mi premisa, el contraste es evidente. En algunos colegios se han instaurado políticas cero pantallas; se han multiplicado las actividades al aire libre, las lecturas obligatorias y las tareas hechas a mano. Y los padres, gracias a su realidad socioeconómica, pueden estar presentes para criar y acompañar. En el otro extremo están los niños que crecen sin esa presencia: a quienes se les entrega un celular para mantenerlos quietos, que no leen, que no pueden sentarse a ver una película completa porque su atención exige una sobre estimulación constante. El futuro mostrará una brecha no solo económica, sino cognitiva entre quién podrá concentrarse y pensar, y quién no.

Lo peor es que no se trata únicamente de un problema infantil. En los últimos años me lo he preguntado también para mí: ¿cuándo fue la última vez que me senté a leer sin interrupciones? ¿Cuándo vi una serie sin devorarla en dos o tres días? ¿Cuánto tiempo paso en TikTok? Si soy honesta, la cantidad de libros que leí últimamente es mínima; el tiempo en mi celular, excesivo; las series que terminé, demasiadas. Me preocupa mi capacidad para concentrarme, para aburrirme sin buscar una distracción inmediata. Recuerdo de niña esos ratos de aburrimiento que terminaban en creatividad. ¿Hace cuánto no nos aburrimos de verdad?

Con mi propio ejemplo confirmo que pensar es un privilegio. Leer es un privilegio. Escribir es un privilegio. Y, aunque cueste, debemos practicarlos más y dar ejemplo a los niños. Durante años pensé que debía leer libros complejos para “leer de verdad”, pero descubrí que no: me gustan las historias de ficción, los autores orientales, los relatos que esperanzadores. He empezado a cambiar TikTok por vídeos largos en YouTube; a dejar de consumir una temporada en una noche para ver un capítulo al día, disfrutando la espera. Volver un poco a lo de antes.

Porque sí, pensar es un privilegio. Y la voluntad de ejercitarlo es nuestra. Aprender cosas nuevas, hacer manualidades, pasar tiempo con los niños estando presentes y no detrás de una pantalla. Educar es más difícil que entregar un dispositivo, pero es la única manera de criar personas libres.
Y en un mundo que todo lo acelera, la libertad empieza por algo tan simple, y tan raro, como detenerse a pensar.

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por Alvaro Angarita
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