Piel a piel

Por: Claudio Valdivieso

Media hora le tomó a Valentín ordenar el caótico desorden que dejó con sus destrezas culinarias al preparar el almuerzo con arroz blanco, huevos fritos, tajadas de maduro y lentejas cocinadas en el extracto de una costilla de res del día anterior. Valentín tomó la olleta del café y exprimió el cuncho que había colado para el desayuno y lo calentó de sobremesa.  Era domingo, y Verónicasu esposa debía prepararse y madrugar a consulta médica el día siguiente.

Los ánimos de Verónica se van al piso cada vez que siente perder el efecto de los ansiolíticos que mitigan sus angustias, y ocasionalmente, es invadida por el pánico ante el prematuro final de su belleza por los síntomas y el evidente e irreversible deterioro de su piel. Verónica prefiere aislarse y dormir en medio de un hogar donde se despilfarra el amor que ostenta su familia, en medio de la iliquidez absoluta en la que viven con su esposo y su pequeño hijo de ocho años de edad.

Aunque Verónica se considera una mujer bastante menos bonita que las demás, dedica un buen tiempo a conversar con el espejo, mientras aplica cuidadosamente con sus dedos el maquillaje para ocultar en la piel la verdadera belleza lastimada de su rostro; su tristeza, y la amargura de lidiar con su dolor del alma.

Valentín la adora a todo pulmón y grita orgulloso, qué Verónica es la mujer más bella, brillante y dulce que le dio vida a la suya.

Verónica vive en medio del conflicto creado por su diminuta autoestima y por eso sus ánimos varían abruptamente, convirtiéndola en una mujer irritable, inestable, intolerante y déspota. Aun así, Valentín soporta sus irresistibles encantos seguro de poder mitigar ese dolor con amor. Juntos construyeron una fortaleza cimentada con una muralla de lágrimas por la adversidad, en un amor donde estorban las preguntas y derrochan abrazos en medio de tanta escasez de dinero, porque este es apenas casi insuficiente para vivir con la riqueza de amarse.

A Lizandro lo invade una impotencia insoportable cada vez que caen los ánimos de Leticia y la toma en sus brazos y consiente su piel mientras lloran en silencio. Él no le promete que será sin dolor, pero que estará ahí para enfrentar juntos el proceso de su belleza.

Cuando Leticia cayó en una fuerte depresión, aunque recibe ayuda profesional se distrae buscando vídeos de superación para aliviar su amargura, y mientras Valentín se afeita en el espejo se reflejan sus lágrimas de impotencia.

A Valentín le duele ver a Leticia rivalizar entre su belleza y la adversidad de su piel junto a las dificultades que enfrenta para rescatarla de su tristeza. También insiste sobre la necesidad de enfrentar con dignidad y amor su tratamiento.

Valentín sonríe y descarga su mirada sobre el piso de tierra de su casa, y repite que la joya más preciada que tiene es su Leticia. Ese domingo, descansaron los tres, seguros de que el amor de la familia es el más preciado medicamento para mitigar el impacto de la impotencia.