Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)En lo más profundo de la intimidad de su estudio y en la complicidad de su memoria, Mauricio Serrano se envolvió en la feliz historia registrada por su cámara de cada detalle capturado por su lente durante el encuentro familiar de las generaciones (cinco mal contadas), del bendecido amor de don Aquileo Serrano García y María Argilia Otero Prada en un altar de Zapatoca el día 14 de julio del año 1878. Aquileo y Argilia sembraron los inicios del amor a sus hijos e inculcaron el valor de los principios y el principio de sus valores como estiba de la familia que aún se extiende en un prólogo sinfín. “Todos los días hay un comienzo”.
Mauricio y su inseparable amiga, la cámara, se deleitaron capturando sonrisas y sin parpadear se dedicaron a registrar abrazos por montones y toneladas de alegría de los descendientes Serrano Otero. Los gestores del evento reventaron un coctel de memorias y familiares en los asistentes, y los insistentes disfrutaron el descubrimiento de cuanta familia salió al descubierto de pertenecer a la misma.
Si la cámara de Mauricio a diferencia de registrar instantes hablara, tendría muchas preguntas por hacerle. ¿De donde carajos salió tanta gente, y por qué después de tanto tiempo, sin conocerse ni reconocerse, es posible reunirse para recordarse y fortalecer los eslabones familiares? Del mismo modo, existen memorias que los bien o mal llamados viejos han compartido con la descendencia, precisamente por el valor familiar que intenta conservar un patrimonio de gratitud y sin olvido.
Hace un año se llegó al primer encuentro “Serranada” y de ese exitoso experimento resultó este, ahora, en medio del romántico caney decorado de sonrisas y luces rodeadas de verdes y coloridos jardines con aromas de inolvidables recuerdos. La Ruitoca nos acogió junto a los ausentes y a quienes extrañamos; a los otros, los menos ausentes quienes de ahora en adelante, en otro punto de partida pueden alistar el equipaje de abrazos a Zapatoca donde un día de 1878 se escribió la primera palabra de este extenso prólogo llamado familia.
Me contó la cámara de Mauricio qué por “cuestiones de trabajo” ha registrado muchos encuentros familiares de este tipo, sin más argumentos que los de conservar los lazos y unidad familiar, y de paso rendir un feliz homenaje a los protagonistas progenitores que ya cumplieron con su trabajo. Ahora, seguros de sus ejemplos, los más abuelos dejaron en los menos la tarea de inculcarle a los abuelos más recientes, la misión de rescatar, conservar la genealogía que nació del campo y llegó a la ciudad, y salieron a extender semillas en otros continentes.
La fiesta lució el escudo de la sonrisa y la calidez de los abrazos se convirtieron en la nueva tarjeta de invitación a continuar la búsqueda de la unidad familiar. Me contó la cámara también, que registró mil sonrisas envueltas en los pasos que dejaron las notas de la música y en la nostalgia de celebrar el encuentro de la Serranada.
Este evento recuerda la importancia de las familias y los argumentos para llevarlos a la práctica de recordar, conocer, vivir, soñar y crecer. De nuevo mil gracias a don Aquileo y Argilia; a todos, también, ¡mil gracias!