Rionegro florece desde la asociatividad

Rionegro florece desde la asociatividad

Resumen

Rionegro, Santander, transforma su ruralidad mediante la asociatividad, logrando incrementos significativos en productividad y ventas, mientras empodera a mujeres y adopta tecnologías digitales, gracias al programa “Asociatividad Autogestionada y Sostenible”.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Andrés Quijano

Por décadas, el desarrollo rural en Colombia ha enfrentado barreras estructurales como el acceso limitado a mercados, la escasa formación organizativa, la invisibilización del liderazgo femenino y el uso restringido de tecnologías en el campo. Sin embargo, el municipio de Rionegro, en Santander, ha comenzado a cambiar esta historia a través de un proceso de transformación social y económica liderado por la asociatividad rural. Un ejemplo concreto de cómo la unión organizada puede reconfigurar la vida de las comunidades campesinas se encuentra en los resultados del programa “Asociatividad Autogestionada y Sostenible”.

Esta iniciativa, impulsada por la Fundación Alpina junto con Fundación Bolívar Davivienda, Fundación Grupo Bios y Fundación Saldarriaga Concha, ha logrado articular el esfuerzo de seis asociaciones locales con un objetivo común: construir un modelo rural más fuerte, autónomo y sostenible, centrado en las personas y con una visión de futuro.

El poder de la unión campesina

Durante la ejecución del programa, que abarcó los años 2024 y el primer semestre de 2025, 232 productores rurales, hombres y mujeres comprometidos con el trabajo de la tierra, fortalecieron sus capacidades organizativas, técnicas y comerciales. Gracias a su esfuerzo colectivo y al acompañamiento recibido, lograron sobrepasar los $527 millones de pesos en ventas, consolidando un impacto económico significativo en la región.

La transformación no se limita al aspecto financiero. Se trata de una evolución profunda en las dinámicas del campo, impulsada por una mejora organizativa del 42,6 % en las asociaciones participantes, las cuales representan sectores clave de la economía local: apicultura, cacao y pollos de engorde.

Las asociaciones que integran este proceso son Apirio (Apicultores Integrales), Ríos de Chocolate (Cacaocultoras), Llano de Palma y Zurrón (Mujeres Campesinas), Aroma de Paz (Cacaocultoras Víctimas) y Agrovive (Productores Agrícolas y Ambientalistas). Cada una de ellas refleja la diversidad productiva, cultural y social de Rionegro y se ha convertido en un ejemplo de liderazgo rural en el nororiente colombiano.

Productividad en alza y empoderamiento

Uno de los logros más evidentes del proyecto ha sido el incremento en la productividad. En el caso de la apicultura, la producción de miel creció un 40 %, pasando de 624 kg mensuales a 1.124 kg, mientras que la cría de pollos de engorde presentó un aumento del 54 %, subiendo de 171,82 a 377,83 libras mensuales. Estas cifras, más allá de los números, evidencian una mejora concreta en los ingresos de las familias rurales, quienes ahora cuentan con medios más eficientes y sostenibles para sostener su economía familiar.

También se destacan avances importantes en la autonomía y toma de decisiones de las mujeres rurales. El porcentaje de mujeres que manifestaron participar activamente en las decisiones del hogar creció del 38 % al 42 %, un avance modesto pero representativo en contextos donde las brechas de género son persistentes.

La transformación también ha sido tecnológica. El uso de herramientas digitales entre los productores pasó del 31 % al 64 %, es decir, un incremento del 109 %. Esto significa que los campesinos están incorporando nuevas formas de organizarse, comunicarse y comercializar sus productos, algo que antes parecía lejano, pero que hoy es una realidad palpable gracias a la capacitación y al acceso a dispositivos digitales básicos.

Una estrategia integral con rostro humano

Más que una intervención puntual, el programa representó una estrategia integral de fortalecimiento rural, basada en pilares como la autogestión, la equidad de género, la soberanía alimentaria, los circuitos cortos de comercialización y la gestión del conocimiento colectivo. No se trató únicamente de entregar recursos o hacer donaciones, sino de capacitar, acompañar y crear condiciones reales para que las asociaciones desarrollaran sus propias soluciones, de forma autónoma y sostenible.

El programa también puso el foco en el liderazgo femenino, un componente clave en la ruralidad santandereana. Las asociaciones conformadas por mujeres, como Llano de Palma y Zurrón o Aroma de Paz, han demostrado que el trabajo colectivo de mujeres campesinas es fundamental no solo para la economía familiar, sino también para la cohesión comunitaria, la protección ambiental y la transmisión de saberes ancestrales.

“Las ventas totales de las seis asociaciones durante el proyecto superaron los $527.886 millones de pesos. Este logro representa un impacto económico real y positivo que fortalece a las comunidades rurales, impulsando su desarrollo y bienestar de manera sostenible”, explicó Camila Aguilar, Directora Ejecutiva de Fundación Alpina.

Transformar la ruralidad desde adentro

Uno de los pilares más innovadores del proyecto fue el enfoque en la gestión del conocimiento. Lejos de ser un simple ejercicio académico, este componente permitió que los mismos productores pudieran diagnosticar sus debilidades, identificar oportunidades y plantear soluciones colectivas. A través de talleres, encuentros y el uso de plataformas digitales, las asociaciones pudieron evaluar su evolución y generar aprendizajes transferibles a otras comunidades.

El fortalecimiento organizacional ha sido el corazón del cambio. Las asociaciones lograron un crecimiento del 42,6 % en competencias como planificación, liderazgo, gestión financiera y toma de decisiones estratégicas. Este avance les ha permitido negociar con mejores condiciones, acceder a nuevos mercados, establecer relaciones comerciales más estables y, sobre todo, tener mayor confianza en sus propias capacidades.

Un modelo replicable para otras regiones

Lo ocurrido en Rionegro no es un caso aislado ni imposible de replicar. Es el resultado de una articulación efectiva entre fundaciones privadas, saberes campesinos, enfoque territorial y trabajo de base. La clave ha sido la escucha activa, el respeto por las dinámicas comunitarias y la creación de condiciones reales para que las organizaciones rurales puedan prosperar desde su propio territorio.

En un contexto nacional donde las políticas de desarrollo rural aún enfrentan enormes desafíos, este tipo de experiencias ofrece una luz de esperanza. No se trata únicamente de aumentar la productividad, sino de construir ciudadanía rural, generar confianza, dignificar el trabajo campesino y garantizar que las futuras generaciones encuentren en el campo un proyecto de vida viable y digno.

Rionegro siembra futuro

Las cifras, los avances organizativos y el empoderamiento de las mujeres son solo algunos de los frutos visibles del programa. Lo más importante está en la transformación silenciosa que ocurre en las veredas, en las juntas comunales, en los pequeños centros de acopio, en los cultivos y en los hogares rurales.

Rionegro avanza, sí, pero no lo hace solo. Lo hace gracias a su gente, al trabajo colectivo, al compromiso de los productores y productoras, y a una visión compartida que pone a la comunidad en el centro del desarrollo. La asociatividad ya no es una promesa lejana: es una realidad viva que respira entre las montañas santandereanas, construyendo desde abajo un modelo de país más justo, más humano y profundamente rural.

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por Andrés Quijano
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