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Del progreso, los griegos y el centralismo

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Resumen

El autor sostiene que tanto buenos como malos se benefician del progresismo, una doctrina política que busca el bienestar y derechos civiles. Afirma que el progresismo debe ser pragmático y no teórico, y critica a aquellos que justifican la corrupción en nombre del progreso.

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Por: Edgar Julián Muñoz. Todos somos hijos del progresismo. Nuestra sociedad no piensa en retraso, solo que con fines políticos se usa el término para querer ser más de lo que ya todos somos. Lo mismo los criminales, ellos también piensan progresar en su agresividad y salvajismo. Porque ¿no es el progresismo una doctrina política orientada hacia el desarrollo de un estado del bienestar, la defensa de derechos civiles, la participación ciudadana y cierta redistribución de la riqueza? Pues ahí caben todos, buenos y malos.

Observando el largo camino recorrido desde la ilustración hasta la actualidad, es claro que no hay verdades absolutas respecto a cómo debe llevarse la economía y el gobierno. Aunque sabemos que hay ideas dominantes sobre cómo se deben manejar los estados buscando el bienestar de los ciudadanos. Todas enfocadas en el progreso de la sociedad.

Por ejemplo, Jeremy Bentham establecía que la mejor acción es la que produce felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados. Y, ¿no es eso lo que busca la democracia? John Locke sostenía que la mente humana era un planchón raso que adquiría conocimientos por medio de la observación y el raciocinio; él, como defensor del empirismo, sostenía que “los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”, algo que olvidamos constantemente cuando culpamos de nuestra desdicha a particularidades ajenas. La mejor muestra es Gustavo Petro culpando a Israel de sus desgracias y achacándole a la oposición su ineptitud y la de sus ministros.

No obstante, hemos progresado y hoy podemos hablar, pararnos y manifestar nuestro inconformismo sin tanto temor por las represalias. El acceso a la información está ahí para el que quiere y busca superarse. Pongo estos ejemplos porque el progresismo persigue la libertad personal, muchas veces privilegiándola sobre la libertad económica del mercado, y la democracia pura es la que el individuo se concentra en lo que le conviene a él y no al colectivo, donde la mayoría coincide en los intereses personales para dar paso a la gobernabilidad de todos.

Los griegos nunca creyeron en la democracia. Para Platón y Aristóteles era una mala forma de gobierno, ya que, al ser demasiado incluyente, se corre el riesgo de que se opine y vote irracionalmente sobre problemas que requieren conocimiento de causa para ser resueltos. Por eso la democracia no funciona aquí en Latinoamérica, porque solo es un cliché; los que la proclaman son los periodistas y los que creen sostenerla son los mal llamados intelectuales. La democracia se convirtió en el arte de manipular a las mayorías y en esta parte del mundo, eso se logra con un pan, masato, lechona o chivo. En el peor de los casos, con un mal poema o una tonta metáfora sobre virus y estrellas fornicando.

Sin embargo, no debemos dejarnos engañar porque el progresismo debe ser pragmático y no teórico. Si sabemos que los recursos y la capacidad para producirlos son limitados y los deseos y las necesidades humanas ilimitadas, ¿por qué insistir en generar escasez de los recursos necesarios para satisfacerlas? ¿Cómo pretendemos progresar utilizando teorías fallidas en un mundo que avanza de generación en generación buscando bienestar?

Quizás el plan ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía, pueda llegar algún día, aunque dudo mucho que ocurra si no se resuelve el centralismo que tenemos. De lo que sí podemos estar seguros es que, indultando, excusando y legalizando a los criminales, estamos jodidos. Así mismo, Justificando malos funcionarios que rompen la línea ética como el drogadicto a la promesa de que será su último pase. De nada sirve que el resultado sea el esperado si el procedimiento para llegar a él es incorrecto. El Ecuador nos está mostrando las consecuencias.

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