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Bucaramanga musical y bailarina

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Resumen

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Crónicas locales. Por: César Augusto Almeida R.

No sabemos si la pareja conformada por Adán y Eva bailó alguna vez.

Lo cierto es que este agitado y rítmico zarandeo ha sacudido los aires de este planeta musical desde el inicio de los tiempos. Y hay y ha habido multifacéticos pasos danzantes desde los muy candorosos, moviendo los pies apenas acariciando el suelo de los grandes salones europeos, como los valses, hasta el zambulleo incansable de los saltos espaciales con pretensiones de volar y revolcones en la tierra acompañados de polvaredas gloriosas y del estrepitoso ritmo de los tambores en las selvas africanas. Por siempre y para siempre.

No hay mucha certeza ni historias ni leyendas que nos acerquen un poco más al pasado bailarín de Bucaramanga. Al parecer en las zonas del barrio Chapinero y Girardot empezaron los primeros azotes a las baldosas en sitios de acceso público.

Caras y Caretas era el centro de reunión de la sociedad obrera. Los loteros, las chicas de la vida más que nocturna, los cantantes desafinados de tangos, los meseros amanecidos revueltos con rufianes lugareños fumadores de Pielroja sin filtro y otras yerbas, las fileteadoras de ropa El Roble y variedades de muchachos peinados con brillantina Palmolive y perfumados con Agua de Jean Maria Farina y vestidos con pantalones de otomana y los vendedores del almanaque de La Cabaña conformaban este grupo de fiesteros irremediables. No faltarían los amaneceres de los atarantados por los excesos que pretendían darse un chapuzón mañanero en la Quebrada Seca.

Los cantos de estruendo de Toña La Negra, como los gritos estentóreos de Jorge Eliécer Gaitán ya agitaban masas y los mambos de Ortiz Tirado les daban vueltas a la manzana y el merecumbé de Pacho Galán, un revoltillo de merengue y cumbia ¡Ay, cosita linda, mamá! se repetía hasta que el primer sol se colaba por entre las cortinas caladas de entrepuntos y algunas parejas desmayadas de agotamiento y ron dormitaban entre los helechos tibios del patio sometidos  por el caluroso ambiente del infinito zangoloteo.

‘Eva’ se llamó la primera discoteca moderna ya con aires de seriedad y con el consabido ‘nos reservamos el derecho de admisión’ o ‘se prohíbe el ingreso a menores… de 20 mil pesos’. Frente al parque de los niños y al lado del restaurante Portofino fue su ubicación de siempre. Los discos eran de acetato, las luces escaseaban y lo sicodélico era un lugar muerto. .

La Zona Rosa

Nombre muy sonrosado y tal vez proviene de que abundan las mujeres en el sector y este color es el que las caracterizaban desde bebés pues antes de nacer les tenían sus trajes de color rosa puesto que el los de los varones eran de color azul. Todavía existen esas costumbres quien sabe sacadas de dónde. Las mujeres están en todas partes, pero en la Zona Rosa se pasan por las noches hombres con trajes rosados. ¿Será ese el origen de ese nombre tan melindroso? Amanecerán y veremos. Cuando los pájaros empiezan su bullicioso preámbulo antes de dormir en las palmas al frente del hotel Chicamocha también empieza la ronda de parejas de todos los colores. Las discotecas ya no abundan tanto, pero sí hay lugares para que los amores furtivos se refugien en los hoteles construidos para esos menesteres y los desayunaderos estaban preparados para recibir trasnochados con ganas de ‘Chingua y Arepa’ como se llama uno de ellos. La zona era escandalosa pues hasta peleas bien escabrosas se armaban en los amaneceres, los embriagados gritaban locuras, reventaban botellas contra las paredes y los más menesterosos dormían sentados en las aceras.

Otras viejas y nuevas

En el centro de Bucaramanga, más exactamente en el pasaje Rosedal existió Pussycat en un segundo piso cuando en esos sectores había vida nocturna pero después de las nueve de la noche ya no se ve ni un gato. Era un lugar exquisito que era visitado por gente exquisita. La inseguridad se encargó de matarla.

El Venado de Oro fundada en los años setentas en las afueras de Bucaramanga en la vía a Cúcuta fue la discoteca más visitada de esos tiempos pues en días especiales tenían orquestas en vivo y en directo que resoplaban con saxos y clarinetes las piezas del dominicano radicado en Caracas, Billos Frómeta, de Renato Capriles y hasta arreglos de Noel Petro daban pie para los bailarines incansables. Luego se trasladó a la carrera 33 pues a esas alturas ya no iban ni las moscas. Ya desapareció.

En esa carrera hubo espacio para las rancheras como El Guitarrón donde los mariachis perezosos y agotados repetían las mismas piezas casi sin darse cuenta. Por otra calle cercana Le Champagne brindaba de todo: hasta chicas sensuales que hacían coreografías al estilo muy francés y que se iban quitando la ropa lentamente como si fueran a darse una ducha, pero a la vista del público, sobre todo la mayoría conformado por caballeros sedientos de lujuria y Whisky.

Otro cuento es la discoteca de fines de semana El Abuelo Pachanguero donde se dan cita los veteranos de Corea, me imagino, con sus respectivas consortes a bailar esas piezas inolvidables de los cubanos, los gritos sintonizados de Rodolfo Aicardi y los primeros años de profesión de Alfredo Gutiérrez. De pronto hasta cantos gregorianos oirán. Bucaramanga está de multiplicación de esos locales con aparatos electrónicos y disjockey que son esos profesionales expertos en sintonizarse con el gusto de los asistentes y las antiguas consolas y paneles ahora son juegos modernísimos totalmente a la orden del día acompañantes de los malabares de las luces que se desparraman y llueven sobre los bailarines cual si el arco iris se hubiera desgajado en pedazos.

Todo a media luz

La ya extinguida El Socavón de propiedad del exfutbolista argentino Roberto Pablo Janiot empezó con el traslado de los danzantes a Cabecera del Llano. La entrada era bajando por una rampa oscurísima, ‘más negra que la noche oscura’, que más parecía un mal chiste, pero era un socavón. Daba miedo, pero el tronar de la música que llegaba hasta la entrada apaciguaba todos los temores. Adentro era todo a media luz y con asientos de dos o tres puestos y el trepidar de esos ritmos enloquecidos y enloquecedores no daban lugar sino para una conversación romántica a grito herido.

Hoy en día un sector de Cabecera es desconcertante con la famosa ‘cuadra play’ abarrotada de adolescentes sanos y malsanos que van en busca de aventuras a veces temerarias y se meten a beberse hasta el agua de los inodoros y a escuchar esa música llamada ‘métal’, estrambótica, pero es de su gusto escuchar a veinte helicópteros estrellarse escalonadamente contra el piso.

En Store Play, un chico con más de cinco cócteles en la cabeza, me contó que una noche vio a Gustavo Petro entrar con su escolta a compartir con los presentes todos, una noche de canciones sin melodía alguna, insaboras e incoloras. ‘Cuadra Picha’ llaman a esta calle que antes fue un lugar totalmente residencial y apacible.

Toda esta vuelta por la Bucaramanga musical y bailarina me deja pensando en el fantasma que vio el joven de un candidato presidencial en medio de luces multicolores: que esta es otra parte de la Bucaramanga humana.

Se apagaron las luces. Buenas noches.

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