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De las reglas, las instituciones y el fracaso

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Resumen

El artículo señala la debilidad de las instituciones políticas en Colombia y responsabiliza a los líderes por el fracaso de la nación. Se destaca la necesidad de políticos serios y una visión colectiva que promueva el desarrollo y la prosperidad.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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Por Edgar Julián Muñoz González

En un país como Colombia, donde aún faltan muchas cosas por resolver, los ciudadanos vivimos esclavos de la política. No somos como aquellas personas que viven en sociedades desarrolladas que respetan la autoridad y cumplen las reglas. Acá es difícil darse el lujo de preocuparnos por nuestra vida personal sin estar día a día pendiente de los que hacen o chillan sus líderes.

Una noche en Rangún (Myanmar), hablaba con un inglés sobre economía y los gobiernos. Él, que también tenía estudios económicos y era profesor en Japón, basaba su argumento únicamente en que los países subdesarrollados no podían salir del hueco sencillamente porque eran incapaces de cumplir las reglas y respetar a la autoridad. Como siempre nos pasa a los colombianos en el exterior, nombró a Pablo Escobar y citó la famosa sugerencia de pagar la deuda externa.

No obstante, lo que pretendía con sus palabras era dejar en evidencia el porqué de nuestro fracaso como sociedad y la convicción de que nunca seremos mejor que ellos, por más buen equipo de fútbol, artistas reconocidos y profesionales impecables. Yo lo quise refutar y le dije que, desde mi punto de vista, ningún ciudadano europeo debería tomarse como propios los triunfos ideológicos de otras personas. Hace 70 años estaban matándose y, ahora, siguen haciéndolo sin estar lejos de meter al resto del mundo. Por el contrario, continué, lo que nosotros hemos vivido es el terrorismo, más no la guerra. Cosa muy diferente si entendemos que el primero es cobardía y el segundo es de frente. Díganme belicoso o insensato, pero es la verdad.

Entonces, continúe, teniendo en cuenta eso, que soy colombiano, es muy difícil para mí justificar el terrorismo y el narcotráfico como consecuencias propias de nuestros genes para describir nuestro fracaso como nación. Eso sí, estoy completamente de acuerdo con que Latinoamérica fracasa por culpa de la debilidad institucional. Cité el gran libro de Acemoglu y Robinson “porque fracasan los países”, que explora las causas del éxito o fracaso económico de las naciones y expliqué que la clave del desarrollo económico y la prosperidad radica en las instituciones políticas y económicas de un país. Él, que también lo había leído, le costaba aceptar ese argumento, ya que siempre había vivido en un país donde nada era más importante que la institucionalidad.

Pues bueno, mis queridos lectores, la realidad política que nos arropa en la actualidad dice que todo el mundo, fuera de Colombia, sabe por qué somos un país fracasado menos nosotros. Las instituciones colombianas son débiles y su fragilidad está en las personas que las manejan. Y es que en la actualidad nadie sabe manejar ninguna institución, porque para poder hacerlo, se requiere de principios sagrados y fuertes, que van más allá de la plata y los lujos.

El exfiscal, en efecto, ha empleado la fiscalía con fines políticos, no es una mentira. El Congreso juega al beso robado de los aguinaldos con un gobierno que incapacitó a los ministerios e inventó nuevos cargos inservibles y que quiere un fiscal de bolsillo. Las cortes, que aparentemente no tienen pantalones, se dejan mangonear de un par de bazuqueros pagos para intimidarlos y se textea con la policía que parece un club de pesca donde, si no cogen nada, van al mercado a comprarlo para quedar bien. Nada es lo que se dice; nada lo que parece ser, aunque todos manifiesten serlo.

La economía se deprecia, el pueblo se amarga y la esperanza desaparece. El cambio comienza con políticos serios, alejados del bochinche farandulero, y las presiones matrimoniales y lujuriosas que “los hacen pecar”. Pero seamos claros, ese personaje existe, solo que no le interesa llegar allá. Tenemos que buscarlo y proponerle una visión grande, una redención, un propósito colectivo verdadero. Algo por lo que verdaderamente vale la pena luchar.

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