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De los géneros, la música y Uribe

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Resumen

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A propósito del comentario del presidente Petro sobre la “música Uribista”, es claro que les habla a sus votantes, los que escuchan esa música. Especialmente porque estoy seguro de que embrutecen más sus discursos que el reguetón. Y como el niño que destruye el juego de ajedrez cuando va a perdiendo, concluye: “No quiero entrar a discutir de música”. Qué grande, obviamente no entiende y ya se extravió con su comentario.

Gracias a Dios no empezó a decir bobadas más allá de crear el Género Uribista que, de ahora en adelante, a sus seguidores les tocara bancárselo por el resto de sus días. A los progres les encanta crear “Géneros”. A los artistas que lo apoyaron, todos de esa corriente terraplanista que embrutece y que le hace campaña. Gracias presidente, por seguir cagando sobre sus amigos cercanos.

No obstante, es bueno analizar estos temas. Uno de los ensayos más bacanos que he leído se llama “la maldita música”, del escritor canadiense William Deresiewicz. Fue publicado en 1999 y aborda la cultura musical contemporánea; analiza la comercialización de la música y su impacto en la sociedad. Evidentemente en los países del norte han estudiado mucho más este fenómeno y desde hace rato se viene hablando de lo que ha dicho el presidente, solo que nunca en términos políticos ni de ideologías. Qué idiotez.

Si bien “la maldita música” fue publicada hace más de dos décadas, aún sigue siendo relevante, especialmente porque para ese entonces, la música que consideraban embrutecedora era la de Celine Dion, algo suficiente para encajarla dentro del género “Uribista” de la época. Para mí, una crítica profunda de la instrucción musical contemporánea y su influencia en la sociedad es necesaria para entender estos cambios de pensamiento en las culturas. Entiendo, como músico empírico, que no todo el mundo tiene la paciencia para escuchar armonías complejas. Es más fácil guiarse por las buenas notas y los círculos simples que escuchamos en las canciones populares (pop).

Deresiewicz examina cómo la comercialización masiva y la búsqueda del éxito han transformado la música en un producto de consumo, en detrimento de su calidad artística y su capacidad para transmitir significado y emoción genuinos. Y eso es cierto, pero nada tiene que ver con embrutecer; eso significa es que las personas reciben estímulo sin tanto complique. Es el equivalente a usar una calculadora y no estar haciendo operaciones manuales. ¿Las calculadoras nos embrutecen? No, pero sí facilitan nuestras vidas. Yo soy de los que prefiero no usarlas para operaciones simples, pero es muy compleja la econometría y la estadística sin ellas.

Dejémoslo claro, para ser feliz se necesita facilidad de entendimiento. Todos necesitamos de esa música embrutecedora en algún momento de la vida para disfrutar nuestra existencia. Aunque para nuestro querido presidente, en su ignorancia, la única música buena es la de protesta. O, al menos, eso dio a entender. Y acá me rio (ja. Ja. Ja), porque claro que es buena, pero no toda. Ahora, ¿puede uno ser tan bruto de solo escuchar a Facundo Cabral, Silvio Rodríguez, Pablus Gallinasus, Delgadillo, Aute y muchos más, todo el tiempo? ¡Santísima virgen! Tendríamos la misma tasa de suicidios que Japón.

No obstante, Gustavo Petro debería sacar a relucir a Huasipungo de Jorge Icaza en sus discursos, estaría más acorde a su audiencia de indígenas y a la historia que acompaña tantos abusos a esa comunidad. ¿Para qué más géneros musicales? Ya es suficiente con las rarezas que han inventado. El estado actual de la música y la política llama a una reconsideración de los valores y prioridades de nosotros como sociedad. Esa es la verdadera meta, en lugar de buscar cambios innecesarios con constituyentes, trenes imaginarios y aeropuertos de cartón.

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