Resumen
El presidente Gustavo Petro y otros intelectuales inauguraron la Feria del Libro en Bogotá. Posteriormente, la UIS seccional Barbosa organizará un Festival del Libro y la Cultura, que culminará con el Primer Encuentro Nacional de Escritores el 9 de mayo.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)No sólo se es pobre por falta de dinero, sino también por la ausencia del conocimiento. Yo me atrevo a decir que es más infeliz el ignorante que él no poseedor de riqueza. Pero a los que nos gusta la cultura de las Bellas Artes, podemos sentir que estamos sentados ante El Lago de los Cisnes, aquel cuento de hadas-ballet, compuesto por el inmortal Piotr Chaikovski.
Días atrás, el presidente Gustavo Petro, hombre de prodigiosas capacidades intelectuales, junto con otros personajes de la élite de los cerebros superiores, inauguraron la Feria del Libro en Bogotá.
El martes de la semana que comienza, la UIS seccional Barbosa, con la dirección técnica del ingeniero Daniel Másmela, les da ignición a los motores del Festival del libro y la cultura, en la que el viernes 26 de abril, se ofrecerá un homenaje especial a un puñado de escritores invitados, evento que se realiza ya por cuarto año. Unos días después viene el plato fuerte, puesto que el 9 de mayo el alcalde Marcos Cortés, inaugurará el Primer Encuentro Nacional de Escritores en la ciudad de Barbosa.
Debo aclarar que estas actividades, no son una dadiva de los gobernantes y de los directores de las instituciones oficiales, sino una obligación ética, estética y constitucional, puesto que ellos son sabedores que, sólo con el conocimiento de las ciencias, con el cultivo de las Bellas Artes y todas las prácticas sociales aledañas a ellas, estamos construyendo nuevas culturas y sustituyendo viejas costumbres que son las culpables del subdesarrollo, la corrupción y el deterioro social. Entonces me pongo a pensar que, “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota que su abuelo lo llevó a conocer el hielo”.
Y ese vector literario me conduce a reflexionar sobre, que sería de Aracataca sin el Gabo Márquez, el pueblito que lo vio nacer y que lo amamantó con sus mitos y leyendas, para que él con su potente cerebro y su prodigiosa imaginación hiciera que José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán fundaran a Macondo, una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
Luego empiezan a desfilar, en el orden que se me vienen a la cabeza, Amaranta Buendía, Remedios, La Bella, Pietro Crespi, el mecánico del pueblo y su enjambre de mariposas amarillas Mauricio Babilonia, y detrás de ellos, el gitano Melquíades, que fue quien llevó el hielo a Macondo, y además operaba su propio laboratorio de Alquimia con la obsesión de convertir todos los metales en oro.
Me produce nostalgia contarlo, Melquíades es el personaje, desde que leí la novela por primera vez, van como diez, que me recuerda a mi padre, El Pintao Olegario, sentado en una llanta vieja en su antiguo taller-montallantas y venta de tornillos viejos, donde inventó una máquina prodigio de la ingeniería artesanal, compendio de correas, piñones, bielas, tuercas y tornillos, y que accionada con manivela o con fuerza eléctrica o neumática, siempre daba un funcionamiento de mecano perfecto, pero con una falla final que nunca pudo ser corregida por el propio inventor, mi padre, y por algunos ayudantes: jamás se supo para qué servía.
Cuando ya fui estudiante de ingeniería y alguna vez, mamándole gallo le recordé la legendaria máquina, me respondió con una frase lapidaria: usted con el tiempo va a ser un ingeniero güevón. Y me ametralló con una carcajada estruendosa.
Yo siempre vi en mi papá la figura del Gitano Melquíades por sus descabellados inventos. Gloria eterna a Gabriel García Márquez.