Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)En Colombia, la normalización de la insensibilidad parece haberse convertido en una dolorosa constante. Las situaciones de injusticia, pobreza y vulnerabilidad se presentan de tal manera que, al integrarse al paisaje urbano, terminan por ser invisibilizadas, como si formaran parte de una realidad irremediable.
Bucaramanga, la capital santandereana, no escapa a esta triste tendencia, donde la indolencia y la inacción ante el sufrimiento humano se han convertido en una costumbre aceptada.
A lo largo y ancho de la ciudad, Bucaramanga ha sido testigo de una creciente oleada de personas que, en busca de una vida mejor o atrapadas por la violencia y la pobreza, llegan con la esperanza de encontrar un nuevo comienzo.
Sin embargo, en lugar de hallar oportunidades, se enfrentan a un paisaje cada vez más desolador y al aumento de habitantes de calle que se apoderan de las principales vías y espacios públicos con lo que se perpetúa la miseria y el abandono.
Calles como la 36, la 35 y la 34, así como los parques y los espacios debajo de los puentes, se han convertido en lugares de exclusión social y degradación humana.
Allí, en medio de la suciedad y la desesperanza, hombres y mujeres de todas las edades sobreviven en condiciones inhumanas. Algunos, atrapados por las adicciones, se entregan al consumo de estupefacientes o la inhalación de pegantes, y carentes de cualquier alternativa, tienen que hacer sus necesidades fisiológicas en plena vía pública.
Esta es la realidad cotidiana que enfrentan tanto los habitantes de la ciudad como los transeúntes y autoridades, que presencian este espectáculo sin tomar acción alguna.
La indiferencia es tan profunda que el aire de estas calles se ha vuelto insoportable. El calor, sumado a la acumulación de basura y desechos, hace que el ambiente sea irrespirable, por el olor a retrete.
Este es el mismo espacio al que se le pretende colgar la etiqueta de ‘Bonita Otra Vez’, como si un maquillaje superficial pudiera ocultar una crisis social que cada día crece más.
Lo cierto es que Bucaramanga necesita urgentemente políticas públicas efectivas que aborden esta situación con seriedad. No bastan las campañas esporádicas ni las excusas por la falta de recursos.
Hay que diseñar programas integrales que no sólo busquen desintoxicar y alimentar a los indigentes, sino que también ofrezcan espacios de atención médica y psicológica para que puedan rehacer sus vidas.
Llegó la hora de reconocer que la seguridad de la ciudad no sólo pasa por vaciar las calles de personas en situación de calle, sino por brindarles una verdadera oportunidad de reinserción social.
Es urgente reaccionar. No podemos seguir con la mirada hacia otro lado. Es momento de que Bucaramanga deje de ser una ciudad que ve, pero no actúa y de que demuestre, con hechos contundentes, que la vida humana tiene un valor más allá de la indiferencia que hoy la aqueja.