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Zona segura: Ya no hay fronteras entre policías y comunidad

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by Emilio Gutiérrez Yance
Zona segura: Ya no hay fronteras entre policías y comunidad

En San Jacinto no ven en el policía al extraño que viene a imponer, sino al vecino que cuida, que escucha, que comparte.

Por: Emilio Gutiérrez Yance

En el corazón de los Montes de María, donde antes los silencios pesaban más que las palabras, hoy se escuchan saludos sinceros entre vecinos y policías. Ya no hay fronteras entre el uniforme y la comunidad: solo manos que se estrechan y rostros que se reconocen. La seguridad dejó de ser un privilegio ajeno para convertirse en un derecho compartido, construido paso a paso, con diálogo, cercanía y respeto mutuo. Es ahí donde comienza una Zona Segura.

En San Jacinto, Bolívar, la seguridad dejó de ser discurso para convertirse en gesto: en un saludo al cruzar la calle, en una bendición, en una charla bajo la sombra de un frondoso árbol, en la sonrisa dirigida a un niño que juega tranquilo, en la caricia a un perrito que mueve su cola con alegría. Se trata de una promesa tejida en cada acción cotidiana. Un pacto silencioso entre quienes protegen y quienes han decidido creer de nuevo.

Una jornada de integración, sin protocolos ni rigideces, dejó huellas imborrables en el alma del pueblo. Desde muy temprano, el aroma de una olla comunitaria se mezclaba con el murmullo de los que bajaban de los barrios altos, convocados no por la urgencia, sino por el deseo de compartir.

El calor del fogón no solo cocinaba un delicioso sancocho: cocía también los lazos de confianza entre uniformados y civiles. “Esto no es solo comida; es confianza”, decía doña Blanca, mientras revolvía la olla con ese ritmo pausado que solo tienen las manos curtidas por el trabajo y el cariño. “Cuando los policías se sientan con uno a la mesa, se abren otras formas de entendernos”, añadió con alegría.

Al frente de esta iniciativa estaba el intendente Alfredo Iván Gómez Jiménez, comandante de la estación, un hombre que no necesitó levantar la voz para hacerse escuchar. Con tono sereno y mirada firme, recordó que la seguridad se construye con la gente, no desde arriba ni desde afuera, sino desde adentro, como una semilla que germina en tierra fértil.

Así nació el mural participativo, pintado por niños, jóvenes y líderes comunitarios: una casa sin rejas, árboles floreciendo, niños corriendo por las calles. Un San Jacinto posible, un San Jacinto soñado. Las manos de la Policía Comunitaria se entrelazaron con las del artista, del campesino, del docente y de la madre cabeza de hogar. No hubo jerarquías, solo colores que hablaban por todos.

La Caravana de la Seguridad —con motociclistas de la Seccional de tránsito y transporte, bomberos voluntarios, agentes de turismo y funcionarios de la Alcaldía— recorrió con sirenas los barrios como quien visita a una familia querida. Cada parada era un acto de presencia, una forma de decir: “Aquí estamos”.

Los volantes que hablaban de autocuidado y convivencia no eran simples papeles: eran semillas sembradas con esperanza. Algunos se detuvieron a escuchar charlas, otros apenas esbozaron una sonrisa al ver a los policías saludar por su nombre a los más pequeños.

Hablar de San Jacinto es hablar de memoria viva. De tambores que no han dejado de sonar, de tejedoras que transforman el algodón en arte, de gaiteros que aún cuentan historias al ritmo del viento. También es hablar de cicatrices profundas, del pasado del conflicto armado, de ausencias que aún pesan... pero, sobre todo, de la fuerza para reconstruirse.

Aquí, donde la tierra se levanta con cada paso firme, la gente ha aprendido a reconocer el cambio. Ya no ven en el policía al extraño que viene a imponer, sino al vecino que cuida, que escucha, que comparte. Por eso esta Zona Segura es mucho más que un proyecto institucional: es un símbolo vivo de reconciliación.
Y al caer la tarde, mientras el mural secaba sus colores y el aroma del sancocho se desvanecía en el aire, las palabras del intendente Gómez Jiménez cobraban todo su peso: “Queremos trabajar de la mano con ustedes”.

En San Jacinto, Bolívar —donde la gaita sigue marcando el pulso de la vida y la hamaca se mece entre recuerdos y anhelos— ha germinado una semilla distinta: la de una convivencia posible, donde la comunidad es protagonista y la Policía, una aliada confiable.

Y si algo tiene claro esta tierra que resiste y canta, es que aquí las semillas no se pierden: aquí florecen, con la esperanza de que la paz comience a hacerse costumbre.

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