Aflorar, aflorar
Resumen
El artículo destaca la importancia de aflorar valores ciudadanos como la responsabilidad, empatía y participación. Propone trabajar en la educación y el ejemplo colectivo para fomentar una convivencia más armónica en la sociedad.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Nos invita Jaime Calderón en su columna de la semana anterior, a hacer soterramiento de las redes de servicios públicos. Esto es, “enterrar las redes” con un propósito estético y de funcionalidad con el que todos ganamos: recuperamos espacio público y mejoramos la imagen urbana.
Esta invitación me lleva a pensar que, si ganamos al poner bajo tierra las redes, cuánto podríamos ganar si impulsamos un proceso inverso, esto es aflorar, no las redes, sino todo aquello que nos haría mejores ciudadanos. Refiere el verbo aflorar a la acción de salir a la superficie, a surgir, a aparecer, que para nuestro caso implicaría una decisión consciente y voluntaria de trabajar en esos atributos que podemos llamar: infaltables para la convivencia ciudadana.
Podríamos traer una larga lista de “requisitos”, sin embargo, una apuesta retadora sería trabajar con apenas tres, que resumen la mínima expectativa que tenemos frente al comportamiento del otro. Empecemos por el primero, responsabilidad con uno mismo y con los demás. Un ciudadano responsable cuida su entorno, respeta las normas, cumple con sus deberes y participa activamente en todo aquello que signifique cuidado y bienestar para él y los otros.
El segundo es la empatía, que asegura la necesaria convivencia. Cuando miramos y reconocemos al otro, con sus opiniones y particularidades, reducimos las confrontaciones violentas y abrimos paso al diálogo y a los acuerdos. Y finalmente está la participación, que implica tomar parte, no solo en los procesos electorales, sino mucho más en las pequeñas decisiones cotidianas que tienen que ver con los distintos momentos de relación con los otros.
Suena sencillo, pero no lo es. Impulsar la responsabilidad, la empatía y la participación implica un esfuerzo grande y sostenido desde la educación, que llama a transformar las aulas en espacios vivos de formación ciudadana, donde los estudiantes no sólo aprendan contenidos, sino que vivan la experiencia de valor de sus decisiones en cuanto los afectan a ellos y a otros, conozcan y comprendan otras realidades y se involucren activamente en la construcción colectiva de soluciones. Pero ojo, no todo queda en manos de las instituciones y los maestros, la educación pasa por todos esos momentos de relación que tenemos desde niños, en casa, con los amigos del barrio y mucho más por todo el testimonio y el ejemplo que los más grandes damos con nuestras acciones.
Esto se logra al proponer proyectos con impacto social, y aquí surge la necesaria articulación con diferentes actores: desde lo público y lo privado, esos que impliquen interacción, reflexión y diálogo, espacios en donde prime una educación para la convivencia, la justicia y la dignidad de todos.
Necesitamos volver a conversar, a escucharnos, a construir juntos. Así, la escuela y la universidad reiteran su propósito y atienden el llamado de la comunidad para que sean literalmente semilleros de una ciudadanía consciente, crítica y comprometida.
Responsabilidad, empatía y participación, atributos que pueden y deben aflorar en el ejercicio ciudadano. ¿Será mucho pedir?