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Aumenta en Colombia la “malnutrición por exceso”, ¿una normalización de la obesidad?

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Resumen

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En general, la génesis de la obesidad en el ser humano está asociada con factores genéticos, ambientales, políticos y sociales, estos últimos por las desigualdades e inequidades. Un antecedente para que esta epidemia tomara ese estatus fue la transición alimentaria y nutricional. En este fenómeno hubo una sustitución de la alimentación tradicional (más natural) por una alimentación más manufacturada, alta en energía (calorías). Se requiere más inversión para las acciones sanitarias públicas.

Por periodico.unal.edu.co

Esta compleja enfermedad es un factor de riesgo para desarrollar diferentes patologías crónicas como la diabetes y la hipertensión arterial. Fuente: archivo UnimediosEsta compleja enfermedad es un factor de riesgo para desarrollar diferentes patologías crónicas como la diabetes y la hipertensión arterial. Fuente: archivo Unimedios

Como enfermedad, la obesidad se clasifica como una “epidemia global no infecciosa”, por las altas cifras de personas que la padecen, el alto número de comorbilidades asociadas y la misma mortalidad, así como por la incidencia alcanzada en las últimas décadas y las consecuencias sanitarias y de desarrollo en los países. Este tipo de malnutrición, cada vez más frecuente en todo el mundo, se caracteriza por un exceso anormal de grasa en el cuerpo y se identifica por somatometría; en la mayoría de los casos es la consecuencia de un mayor consumo de energía (calorías) frente a la cantidad recomendada diariamente según sexo, edad, estructura física y tipo de actividad.

Uno de los problemas asociados con la calidad de la dieta consumida es que los alimentos y productos ingeridos carecen de sustancias importantes aportadas por las vitaminas y los minerales, también llamados micronutrientes, que son vitales para el equilibrio metabólico, lo cual hace que estas personas aumenten aún más la probabilidad de iniciar procesos inflamatorios, envejecimiento celular y disminución en la respuesta inmunológica, ya que esta deficiencia micronutricional (hambre oculta) es silenciosa.

En otras palabras, es un colectivo que presenta más vulnerabilidad a las infecciones por el daño que tiene en su microbiota intestinal. Neurológicamente, el sobrepeso reduce el flujo sanguíneo al cerebro y lo reduce de tamaño, y lo más grave es que reduce las habilidades cognitivas; para el caso de los niños, niñas y adolescentes, disminuye su capacidad de aprendizaje.

Además, esta compleja enfermedad es un factor de riesgo para desarrollar diferentes patologías crónicas como la diabetes y la hipertensión arterial, algunas enfermedades cardiovasculares, cognitivas (como la depresión), respiratorias como la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) y asma, y cánceres de seno, colorrectal y de próstata, entre otras. También afecta las articulaciones, por la sobrecarga, y con el tiempo puede generar una fibromialgia y fragilidad, eventos indeseables durante el proceso de envejecimiento. En general, la génesis de la obesidad en el ser humano está asociada con factores genéticos, ambientales, políticos y sociales, estos últimos por las desigualdades e inequidades.

La transición alimentaria y nutricional

Un antecedente para que esta epidemia tomara ese estatus fue la transición alimentaria y nutricional. En este fenómeno hubo una sustitución de la alimentación tradicional (más natural) por una alimentación más manufacturada, alta en energía (calorías), derivada de un exceso de grasas de características saturadas y azúcares añadidos sustituyendo fuentes vegetales frescas; estas últimas más costosas para las familias pobres que generalmente compran en tiendas cercanas a su vivienda, donde los precios son más altos frente a las grandes superficies.

En América Latina esta transición se dio en medio de cambios disruptivos que aún se mantienen, como los económicos (por pobreza), demográficos (por edad de la población, las tendencias de fecundidad y el tamaño de los hogares), sociales (por violencia y falta de empleo), ambientales (por el uso del plástico, los tipos de cultivos y la contaminación) y de salud (como el acceso y sus barreras), casi todas ellas consideradas por algunos investigadores como parte del riesgo cuando se transita el camino hacia el desarrollo de un país.

Uno de estos cambios fueron los tratados de libre comercio, especialmente con los países más industrializados; las importaciones fueron el puente para el ingreso masivo de productos más procesados y ultraprocesados sin unas políticas claras de regulación, que irrumpieron, junto con su publicidad, el tipo de comercialización y los precios, en la modificación de hábitos alimentarios.

Cambio de comportamiento en la compra y el consumo

Con los anteriores antecedentes no se puede desconocer que el cambio de comportamiento en la compra y el consumo –con marcados escenarios obesogénicos como los desiertos alimentarios1– apoyó la transición epidemiológica, es decir, se pasó de la atención de enfermedades infecciosas endémicas, a la de las enfermedades crónicas secundarias a un estilo de vida no saludable con sedentarismo y consumo de alcohol. Para la obesidad se suman los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) por la discriminación estructural y sistémica (gordofobia).

En 2022 la OMS2 proyectó que 1 de cada 8 personas en el mundo era obesa y que 2.500 millones de adultos –entre 18 años o más– tenían sobrepeso. De ellos, 890 millones eran obesos. Así mismo, que la prevalencia del sobrepeso en la Región de las Américas fue del 67%, una cifra vergonzosa para un sistema de salud frágil por su capacidad de respuesta.

Lo más preocupante y poco benigno es que la infancia ha sido la más afectada, así como la población más pobre, menos educada y las mujeres. Una obesidad en la infancia proyecta un adulto obeso con todas las dificultades en salud. Entonces, al sumar estas condiciones de vulnerabilidad en un niño obeso que ingresa al ambiente escolar, el resultado puede ser que se vea afectada la memoria, su rendimiento académico y por su puesto su futuro.

A pesar de las intervenciones sanitarias implementadas en política (unos países más que otros), con una agenda pública concertada para todos los integrantes de la diversidad étnica del país, con el propósito de mitigar los daños casi irreparables a la salud biológica, física y mental, el bajo cumplimiento de las metas programáticas y los indicadores esperados en la disminución de esta enfermedad, basados en compromisos internacionales y las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), llevan a mantener la alerta roja permanente y vigilar epidemiológicamente el comportamiento poblacional para evitar las complejidades propias de la obesidad con sus costosas consecuencias adversas en salud.

Por otra parte, los escolares y universitarios presentan conductas alimentarias de riesgo asociadas con la obesidad como el aumento en la exposición física y digital de productos comestibles y bebibles ultraprocesados, también conocidos como productos de paquete y gaseosas respectivamente, identificados coloquialmente como “comida chatarra”. Las frituras y la comida rápida también aportan una cuota importante, como aquellas que se encuentran en espacios de manufactura comercial como los restaurantes, y en expendios informales del espacio público. Finalmente, todos se fusionan en un consumo regular.

Desde 2015 Colombia no cuenta con datos oficiales sobre cómo estamos en seguridad alimentaria, obesidad y sobrepeso para tomar decisiones en salud pública, información técnica que antes suministraba la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (ENSIN). Sin embargo este año The Lancet3 publicó una investigación de análisis de tendencias mundiales en sobrepeso y obesidad entre 1990 y 2022 en 200 países, en la que Colombia ocupó el puesto 63 en prevalencia de obesidad en las niñas, con un 12%, y el puesto 116 en niños, con una prevalencia del 9%.

La prevalencia de la obesidad en adultos es abrumadora: las mujeres ocupan el puesto 80, con un 30% de prevalencia (ver figura 1) y los hombres el puesto 114 con una prevalencia del 19% (ver figura 2). El análisis por región determina un nivel intermedio de riesgo con tendencias futuras ascendentes.

En contraste, en el mismo periodo la prevalencia de bajo peso en adultos de 150 países se redujo: en las mujeres pasó del 14,5 al 7% y en los hombres del 13,7 al 6,2%, proyección que realizó la OMS en 2017, cuando refirió que para 2022 habría más población infantil y adolescente con obesidad que con un déficit de peso para la edad (insuficiencia ponderal)4. Sin ser pesimistas, estas tendencias evidencian un pronóstico nada prometedor para la obesidad y se requiere más inversión para las acciones sanitarias públicas.

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