Colombia arde y los falsos caudillos se reparten las cenizas
Resumen
El 10 de junio de 2025, Colombia enfrentó 24 atentados en un día, evidenciando un colapso institucional. La polarización política, alimentada por el gobierno y la oposición, ha agravado la crisis llevando al país hacia una peligrosa división ideológica.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Jairo Rueda Otálvaro
La jornada del martes 10 de junio quedará marcada como uno de los días más oscuros de este 2025. Veinticuatro atentados en menos de 24 horas. Un número tan increíble como doloroso, un retrato brutal de lo que vive Colombia: un país en llamas, consumido por el odio, la inseguridad y el terror. No es una metáfora ni una exageración. Es la constatación del fracaso institucional, del extravío moral y de la peligrosa estrategia de quienes, desde el poder y desde la oposición, han preferido alimentar la guerra antes que apostar por la reconciliación.
Uno de los candidatos presidenciales lucha hoy por su vida. No es un hecho menor. Es un reflejo de la gravedad de lo que enfrentamos. Y lo que resulta aún más indignante es el espectáculo mediático que se ha armado alrededor: candidatos desfilando por la Clínica Santa Fe como si fuera una alfombra roja, ofreciendo ruedas de prensa plagadas de falsas condolencias y frases vacías. ¿Empatía? No. Lo que vimos fue carroñera política. Una puesta en escena grotesca que revictimiza al herido y banaliza la tragedia. Vergüenza debería darles.
Y mientras tanto, el Gobierno Nacional, lejos de apagar este incendio, ha sido el principal proveedor de oxígeno para que las llamas sigan creciendo. Desde que Gustavo Petro asumió la presidencia, su discurso ha estado lleno de confrontación, desprecio por el disenso y una peligrosa romantización del caos. "Libertad o muerte", gritaba desde una tarima, como si la patria fuera una barricada. Y la muerte, lamentablemente, le ha hecho caso: se ha convertido en protagonista de nuestro presente.
El actual mandatario no solo ha descalificado a quienes piensan diferente o cuestionan sus proyectos, muchos de los cuales rayan con la irracionalidad y con la ilegalidad, sino que ha sembrado una narrativa de odio que se replica en redes, en plazas y en los medios. No es casualidad que la violencia política se haya disparado. Es consecuencia directa de una estrategia perversa: dividir para reinar. La Colombia de Petro es un campo de batalla, no una nación. Es una arena de pugnas ideológicas, no un espacio de convivencia democrática.
Pero no nos engañemos: la oposición tampoco ha estado a la altura. Ha caído en cada provocación, ha respondido con los mismos tonos incendiarios, y ha contribuido a esta polarización extrema que amenaza con romper los cimientos del Estado de Derecho. En vez de construir una alternativa sensata, se han dedicado a jugar el mismo juego sucio del gobierno. Y eso, en un país como el nuestro, es simplemente irresponsable.
A menos de diez meses de las elecciones presidenciales, urge un giro. Urge que por fin aparezca un liderazgo distinto. Uno que no prometa venganza, sino reconstrucción. Que no alimente las pasiones de la extrema derecha como contrapeso a la demagogia de la extrema izquierda, sino que hable desde el centro racional, desde la moderación, desde la sensatez. Porque si seguimos jugando a los extremos, vamos directo hacia una guerra civil silenciosa, pero devastadora. Y eso nos afectará a todos, sin distinción de clase, ideología o región.
Colombia no necesita más caudillos. Ya tuvimos demasiados. Necesitamos un presidente que entienda que gobernar no es agitar banderas, sino tender puentes. Que sepa que la paz no se construye desde el púlpito ideológico, sino desde la calle, desde la justicia, desde el orden y la seguridad.
La ciudadanía está harta de esta pelea entre falsos redentores. El país real, el que madruga, el que trabaja, el que sufre los atentados y llora a sus muertos, necesita con urgencia una voz distinta. Una voz que no grite más fuerte, sino que piense mejor. Que queremos, simplemente, vivir. Porque Colombia merece vivir. Y no sobrevivir entre cenizas.