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De la educación, las mogollas y las deudas

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Resumen

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Es hora de aceptar que el mundo ya no necesita tantos “profesionales” como antes. Esos títulos que en su momento abrían puertas están perdiendo valor frente a lo que realmente importa: las habilidades reales. La era de los diplomas está quedando atrás, y el futuro le pertenece a quienes saben y lo demuestran.

Pensemos en los famosos "delfines", los hijos de empresarios o políticos que ocupan altos cargos por apellido más que por mérito. Sus hojas de vida están llenas de experiencias en empresas importantes y títulos de universidades prestigiosas, pero cuando toca liderar, fracasan. Y aun así, terminan siendo nombrados ministros o directores. Esas hojas de vida, llenas de títulos y cursos de toda índole, recuerdan a esas películas de cine arte que presumen premios desconocidos: "Mejor Mogolla de Mogotes" o "Pandeyuca de Oro de Aguazul": Unos descalabros de largometrajes que los esnobistas idolatran pero que son mucho adorno y poca sustancia.

Ahora bien, no todas las carreras pueden desligarse de la formación profesional. Hay áreas que exigen estudios rigurosos y una preparación formal impecable. No es lo mismo alguien que se dedica al agro o a la carpintería que alguien que salva vidas en un quirófano. La medicina, la ingeniería civil o la educación –donde se forman nuevas generaciones– requieren de profesionalismo. Pero esto no contradice que gran parte de las profesiones actuales pueden y deben evolucionar hacia algo más funcional, más conectado con las necesidades reales del mercado y de la sociedad.

Por eso, debemos prepararnos para este cambio. Las carreras técnicas y los oficios especializados están tomando la delantera en el mundo laboral. Hoy hacen más falta técnicos en informática, sostenibilidad y agro que profesionales llenos de maestrías pero sin habilidades concretas. Estoy listo para que mis hijos, si así lo deciden, opten por caminos distintos al universitario y se dediquen, por ejemplo, a oficios ligados al campo, que serán cada vez más relevantes en un mundo que necesita volver a la tierra.

Y mientras tanto, ahí está el ICETEX. Para muchos ha sido la única forma de acceder a estudios superiores, pero también simboliza parte del problema. El mercado laboral no siempre devuelve la inversión, y muchos jóvenes terminan atrapados en deudas que no les permiten avanzar. Ahora imagínense soñando con una casa o un carro con esa responsabilidad por delante. ¿Para qué invertir tanto en títulos que, al final, no se traducen en una mejor calidad de vida?

Las universidades también deben adaptarse. Necesitan ofrecer programas que abran espacios para personas mayores que quieren seguir aprendiendo y para quienes, aunque no pasaron por la educación formal, tienen experiencia de sobra. El aprendizaje no debe limitarse a quienes siguen el camino tradicional, porque mucha gente se forma de manera autodidacta y logra resultados que superan los de los “eruditos” de aula o Nerdos.

El país no puede seguir ignorando la necesidad de un modelo educativo más incluyente, que valore los oficios técnicos y las carreras prácticas. No necesitamos más mogollas adornadas, sino manos que sepan construir el futuro.

Eduquémonos en lo que importa. Pensemos en el mañana con los pies en la tierra y abracemos una educación que sea útil para el país y para cada uno de nosotros.

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