Resumen
El artículo critica la obstinación en el ámbito político colombiano, destacando a Álvaro Uribe y Gustavo Petro por defender sus errores, lo que intensifica la polarización. Resalta la importancia de que los líderes reconozcan y rectifiquen errores para avanzar hacia decisiones más justas.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Todos decimos estupideces en algún momento, pero el problema es cuando esas estupideces se defienden con vehemencia. Es lo que vemos constantemente en el ámbito político colombiano, donde el ego parece más importante que la realidad. Tenemos ejemplos claros de esto en dos figuras clave: Álvaro Uribe y Gustavo Petro. A pesar de estar en extremos opuestos, ambos son maestros en defender sus errores con tal fuerza que terminan dividiendo aún más al país.
El presidente Uribe, durante sus mandatos, impulsó la seguridad democrática, una política que yo siempre he estado de acuerdo y que trajo éxitos indiscutibles, aunque también dejó una herida profunda en el país con los falsos positivos. En lugar de aceptar el costo humano de su política, Uribe se empeñó en minimizar y casi que negar esa problemática. Tanta terquedad evitó el necesario debate nacional sobre el uso excesivo de la fuerza, sin contar con que también fortaleció una peligrosa polarización. No fue la política de seguridad la que estuvo mal, sino su obstinación en no admitir los errores a tiempo.
Por otro lado, Gustavo Petro no es muy diferente en su forma de actuar. El presidente ha hecho de la crítica al sistema su gallardete, algo necesario, sin duda, pero en lugar de fomentar el consenso, ha optado por radicalizar su discurso. El ejemplo más reciente de esta obstinación es su afirmación de que sería más rentable para los ganaderos cambiar sus vacas por paneles solares. Esta declaración, además de absurda, refleja un completo desconocimiento del papel que juega la ganadería en la economía del país. No solo genera empleo, sino que, bien manejada, es una actividad regenerativa que contribuye a la sostenibilidad alimentaria. Petro defiende con fervor ideas desconectadas de la realidad, y eso es una estupidez.
Me toca meter a Juan Manuel Santos porque es peor que los dos anteriores. No por terco, sino por traidor. Lo mismo pasa en otros campos, como el fútbol. El ‘Bolillo’ Gómez, en su momento, dejó fuera a Radamel Falcao. El resultado: un equipo limitado y una decisión que nadie entendió. Reinaldo Rueda hizo lo mismo con James Rodríguez. Puede que hubiera razones válidas para dejarlo fuera en ciertos momentos, pero su fallo afectó el rendimiento del equipo, y su obstinación en no rectificar nos dejó sin mundial y a él sin trabajo.
El problema no es equivocarse, sino el no detenerse a reflexionar sobre lo que esas pifias han causado. La verdadera responsabilidad de un dirigente no solo es corregir sus errores, sino también reconocer el impacto que esas decisiones han tenido en otros. Admitir una equivocación es insuficiente si carece de un análisis sincero por las consecuencias que surgieron a partir de esa osadía. Si un gobernante plantea una acción con énfasis, también debería tener la capacidad de evaluar con la misma firmeza los resultados que esa operación generó. Solo así podemos avanzar hacia decisiones más acertadas y justas.
Después de todo, corregir un error no te hace menos líder. Como diría un sabio, “Reconocer un error también es una señal de grandeza”. Aunque claro, a veces se necesita un buen líder para recordarles que cambiar de opinión no significa sustituir vacas por televisores... o algo así.