De la matemática, los fetiches y las almas
Resumen
Desde la existencia de Homo sapiens, han vivido 117 mil millones de personas y hoy sólo el 7% sigue vivo. Con curiosidad matemática, el artículo explora el significado y propósito de la vida, destacando que vivir con sentido es lo que realmente importa.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Edgar Julián Muñoz González
Tendemos a ver al ser humano como si fuera infinito. Como si siempre hubiera existido y las generaciones fueran incontables. Pero los números dicen otra cosa. Desde que concurre el Homo sapiens, se estima que han vivido alrededor de 117 mil millones de personas. Hoy somos unos 8 mil millones. Es decir, los vivos representamos apenas el 7% de todos los humanos que han existido. La gran mayoría ya se fue, está muerta.
Pero ya alguien pensó, o calculó, que el alma humana pesa 21 gramos y hasta le sacaron película. El número viene de un experimento de 1907, de un tal Dr. Duncan MacDougall, que creyó registrar la pérdida de peso de una persona justo al morir. ¡El estudio no fue científicamente concluyente, pero la cifra quedó atrapada en el imaginario colectivo, si o no!
Ahora, vamos a jugar con esas cifras a lo Black Mirror. Si multiplicamos esos 21 gramos por los 109 mil millones de almas que ya han pasado por este mundo (descontando los 8 mil millones actuales), obtenemos unos 2,29 millones de toneladas. El peso de 22.900 vagones de tren de carga estándar, que son 100 toneladas, lleno de historias invisibles.
No es tanto. Toda esa carga podría caber tranquilamente en la llanura del Magdalena Medio, sin tanto calor. Si cada espectro necesitara una silla rimax para esperar en el más allá, el espacio requerido sería de unos 46.800 km². Un espacio cercano en tamaño a lo que ocupaba la zona de distensión del Caguán. Una nada frente al cosmos que difícilmente supera en densidad a la “majestuosa” mente de Petro según él mismo y sus seguidores. Apenas un gas leve, que ni huele en los baños del Montanini.
Entonces surge la pregunta: ¿esas almas están todavía aquí? ¿Flotando, suspendidas en una dimensión que no vemos? Las cifras no descartan esa posibilidad. De hecho, la hacen más manejable. El más allá no estaría tan lleno, ni tan lejos. Aunque si empezamos a sumar mascotas, duendes y otros acompañantes, ya es otro cuento.
No se trata de inventar. Es simplemente observar los datos y preguntarse si todo esto —la vida, el esfuerzo, la alegría y el dolor— tiene sentido más allá de su propio transcurrir. Si hay recompensa o juicio después, o si acaso los estamos viviendo ya sin saberlo. A propósito, esto me lleva a pensar en que somos una civilización de muertos. Una especie con el fetiche de imponer la “verdad”, sacrificando a otros con la excusa del bien común, cambiando de ideas como si fueran ropa interior sucia, y atesorándolas como “extraordinarias” aun sabiendo que no valen ni sirven para nada.
También se puede mirar desde otra óptica: La económica, que es otra forma de medir el mundo y nos ofrece otra perspectiva. Si asignáramos un valor simbólico de 100 dólares a cada vida que ha existido, tendríamos unos 10,9 billones de dólares. Una cifra menor que el PIB mundial actual hoy, y muy por debajo del capital que circula en los mercados. Más que suficiente para garantizar condiciones dignas para todos.
El punto es sencillo: vivir con sentido importa. Ni la economía, ni el hedonismo, ni la resignación nihilista garantizan trascendencia. No he conocido a nadie que, viviendo con propósito, haya sentido que le faltaron oportunidades. Tal vez la salvación no está en otro plano, ni es un premio aplazado. Tal vez se trata simplemente de morir sabiendo que nuestra alma aún tiene un lugar en la historia.