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De la sociedad, el bollo limpio y la controversia

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Resumen

El artículo critica la tendencia contemporánea de censurar y reinterpretar el arte, literatura e ideas históricas que no se alinean con los valores actuales, argumentando que esto limita el aprendizaje del pasado. La imposición de "verdades universales" podría llevar a una ignorancia idealizada.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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Por: Edgar Julián Muñoz González

En la sociedad contemporánea, pareciera que hemos llegado a un punto en el que la narrativa dominante busca imponer verdades únicas. Esto ocurre no solo en temas relacionados con los derechos humanos y los animales, sino también en la reinterpretación de obras literarias y pensamientos históricos bajo los lentes de valores actuales. ¿Qué perdemos cuando silenciamos voces incómodas? La respuesta, aunque amarga, es clara: nuestra capacidad de aprender del pasado.

Hoy en día, existe una tendencia preocupante a revisar y censurar el arte y la literatura del ayer porque no se alinean con los estándares morales del presente. El problema de esta imposición de "verdades universales" es que deja fuera de la conversación a todo lo que no se ajusta a la moda del momento. Hoy, libros y escritores que alguna vez fueron nuestros clásicos, como Faulkner, Twain o Hemingway, son tratados como ese bollo limpio que nadie quiere probar porque “no está envuelto en hoja de bijao biodegradable”. Pero ¿por qué descalificar lo que no se ajusta a los estándares actuales?

Otro ejemplo es el tema de la carne. Pues claro que para alimentarnos con esa proteína es necesario matar a un animal. ¿Cuál es el miedo de aceptarlo? ¿Será que negándolo lo voy a salvar? En el matadero, si el que oprime el botón no le esta haciendo un homenaje a la Pachamama, ¿se debe considerar un asesino? Por el contrario, si le rinde culto a las estrellas por el sacrificio ¿ahí sí se puede comer tranquilo? El torero le rinde culto al toro en su sacrificio, pero quienes luego disfrutan de su carne suelen desear que el animal venza al hombre.

La práctica recuerda peligrosamente a los episodios más oscuros de la historia, como la quema de libros en la Alemania nazi. En su afán por destruir cualquier rastro de ideas que contradijeran la ideología dominante, Hitler alimentó las llamas de una ignorancia institucionalizada. Hoy, el progresismo radical, irónicamente en nombre de la "inclusión" y la "justicia", corre el riesgo de caer en la misma trampa.

Esto me recuerda una frase de Al este del Edén de Steinbeck, donde Samuel Hamilton advierte que respaldar una realidad impopular para los demás suele venir con castigo, una especie de crucifixión social. Y tiene toda la razón: vivimos en un tiempo en que expresar una verdad impopular es como ofrecer millo en una ópera; algunos te las reciben con gusto, pero otros te miran con cara de "¿y este qué?".

Una sociedad que no se permite examinar las realidades que desafían nuestro confort se condena a vivir en una burbuja de autoengaño. Por ejemplo, quienes aún defienden ciegamente al gobierno de Gustavo Petro ignoran los datos que evidencian el deterioro de la economía, el aumento del desempleo y la creciente inseguridad. No reconocer estas realidades inquietantes no solo perpetúa el daño, sino que profundiza las divisiones familiares y sociales, al imponer la falsa narrativa de un líder que se cree infalible.

La censura moderna, ya sea contra un autor clásico o una opinión política, equivale a taparnos los ojos frente a la complejidad del mundo. Los libros de antaño no deberían tener fecha de vencimiento, precisamente porque su atractivo radica en su capacidad de hablarnos, a través de los siglos, de nuestras virtudes y defectos como humanidad. Al censurarlos, no solo les robamos su voz, sino también nuestra oportunidad de escuchar perspectivas que, aunque difíciles, podrían iluminarnos.

Necesitamos más valentía para escuchar las opiniones controvertidas, ya sea en un clásico literario o en una conversación política. La democracia no se sostiene en unanimidades forzadas, sino en el debate constante y la confrontación respetuosa de ideas. Para proteger los derechos humanos y la riqueza de nuestra cultura, debemos aprender a convivir con las realidades que nos incomodan. Solo así evitaremos repetir los errores del pasado.

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