De las historias sin final y las palabras sin pretensión
Resumen
El artículo explora la escritura como una necesidad intrínseca más allá del oficio, comparando la crisis narrativa en Hollywood con historias clásicas que no cierran. Escritura genuina versus intelectual es más importante para conectar con los lectores.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Hay quienes escriben por oficio, por rutina o por encargo. Y estamos otros, los que escribimos porque no podemos evitarlo, como el que fuma después de una buena comida, con el placer de las palabras en una forma de trance hacia lo infinito. Fuera del oficio como columnista, que amo, me gusta imaginar los escenarios con un nivel de detalle casi enfermizo, pero al momento de escribir me esfuerzo por no dejar que esos pensamientos interrumpan el flujo natural de lo que trato de decir. Escribir no es adornar con palabras difíciles ni pretender ser un intelectual. Esa palabra, intelectual, me produce más rechazo que admiración. Prefiero que se me entienda, que me lean sin tener que buscar un diccionario, que algo se quede claro, aunque sea incómodo. Y el respeto hacia el lector está en eso, y se complementa cuando editamos y revisamos lo que escribimos.
Hace unos días leía sobre la crisis de historias que atraviesa Hollywood. La escasez de narrativas originales se ha convertido en una alerta creativa: remakes, secuelas, precuelas, multiversos. ¿Nos cansamos de lo nuevo? ¿O simplemente nos sentimos más cómodos refugiándonos en las historias que ya conocemos? A mí me pasa. Vivimos como Bill Murray en Groundhog Day. Hay películas a las que vuelvo como quien regresa a casa. Interestellar, por ejemplo, me dejó con la fantasía intacta de ver cómo hubiera sido, según ese universo, la colonización de otro planeta. Pero nunca lo sabré. No porque no lo imaginen, sino porque quizá prefieren no arriesgarse a romper lo que ya fue perfecto.
Con los libros ocurre igual. La Ilíada termina cuando Príamo le pide a Aquiles el cuerpo de Héctor. ¿Y el caballo de Troya? ¿Y la caída de Ilión? Uno tiene que ir a buscarlos en La Odisea o en otros textos, pero ese vacío, ese final inconcluso, se siente como comerse una dona rellena y darse cuenta, demasiado tarde, de que el arequipe se fue por el huequito. Nunca lo probaste de verdad. Nos cuesta aceptar que no todas las historias están hechas para cerrar.
Y entonces, como quien busca respuestas afuera, me pregunto todos los días cuál es la historia que tengo para contar. Antes creía que sería mi vida: épica, excepcional, digna de película. Hoy la veo más corta, más repetida, menos brillante. Pero eso no le quita valor. Si algo he hecho, ha sido por solidaridad más que por vanidad. Porque preferí dar el paso sin saber bien a dónde iba, antes que quedarme esperando a que la historia perfecta llegara sola. Al final, la vida no es más que el mismo día, solo que más largo. No creo en frases motivacionales de calendario como “mañana es el primer día del resto de tu vida”. Mañana será igual, con otro clima. Dividirlo en 24 horas es solo la jaula que inventamos para sentir que tenemos el control, aunque la llave haya estado siempre adentro.
Sé que todos esperan algo mejor, incluso si ya lo tienen al lado. Pero también sé que nadie sueña con perder aquello que lo hace feliz. Así que escribo para no olvidar lo que me hace bien. Escribo para construir el final que no me dieron en las historias que amo. Escribo, porque tal vez, ese sea el único espacio donde aún podemos inventar algo nuevo. Y la historia de Colombia, bajo este desordenado gobierno, es parte del mismo día largo que nos parece eterno, como la cola del único cajero del pueblo los días de quincena.