Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
El ego es algo peculiar. Ha sido la chispa que permitió a autores como Philip Roth transformar su experiencia personal en obras maestras. Sin embargo, en otros casos, ese mismo impulso ha llevado obras prometedoras a la mediocridad. Tal es el caso de Mantener el juicio, la nueva obra de Fabio Rubiano, realizada en colaboración con la JEP. Aquí, el ego, y no precisamente del dramaturgo, ha opacado el arte, convirtiendo al teatro en una alabanza personal de los magistrados de la JEP.
Antes de analizar la obra, es necesario contextualizar. En los primeros años de la JEP, los magistrados debían defenderse de ataques políticos participando en foros y espacios académicos para comunicar las expectativas sobre la justicia transicional. Con el tiempo, esta labor se volvió menos necesaria, y era más urgente enfocarse en las tareas de justicia. Mientras algunos magistrados se dedicaron a sus deberes, otros sucumbieron al brillo de la vanidad, continuando en eventos en los que eran vanagloriados por su título. He visto a más de uno viajar a París este año, disfrutando del prestigio de la jurisdicción, mientras otros en Colombia cargan con las críticas por la falta de resultados.
En este contexto nace Mantener el juicio, una coproducción entre el Teatro Petra y la JEP, que busca contar lo que se hace en la jurisdicción, entrelazando historias de magistrados y víctimas, tanto de los falsos positivos como de secuestros de la guerrilla. La obra brilla en ciertos momentos, gracias al talento de los actores, una escenografía cuidada y un manejo escénico impecable.
Sin embargo, la alabanza a la figura del magistrado me sacó en múltiples ocasiones de la obra por su tono caricaturesco. En una escena, dos magistrados se lamentan por recibir veinticinco amenazas diarias, anticipando un destino trágico que, según ellos, les aguarda por su noble misión. Con el mayor respeto, dudo que esto sea cierto, ya que, por razones que no detallaré, los magistrados están siempre lejos del peligro. En otra escena, un magistrado convence a una víctima de participar en el proceso, borrando de un plumazo el trabajo silencioso de los funcionarios de menor rango, quienes son los que realmente realizan esta ardua labor.
El momento más ofensivo ocurre cuando, durante la búsqueda de cuerpos de desaparecidos, un funcionario del GATEF (el equipo forense de la JEP, que Rubiano ni menciona) decide abandonar su labor, alegando pereza. En contraste heroico, el magistrado ordena seguir, logrando encontrar los restos del hijo de la víctima. Esta escena me resultó profundamente ofensiva, sobre todo al recordar a una magistrada (cuyo nombre omito) que humilló a un colega del GATEF, exigiéndole ir a una zona controlada por grupos armados ilegales, asegurándole que su seguridad era “secundaria”. Estos detalles me llevan a pensar que el guion fue influenciado por la mano de algunos magistrados que buscaron magnificar su figura y procurarse elogios.
Lamentablemente, este gesto restó profundidad a una obra que, en momentos, ofrecía destellos de brillantez. Los magistrados de la JEP, al fin y al cabo, son seres humanos, con virtudes y defectos. Si bien sus escándalos no alcanzan la magnitud de los de la justicia ordinaria, también tienen sus propios pecadillos, que los hacen vulnerables y humanos. Este pudo ser un ángulo interesante por explorar en la obra: la complejidad del alma humana, en lugar de la visión distorsionada y vanidosa que se ofreció.
En cualquier caso, lejos de rendir un homenaje a la JEP, la obra terminó siendo una exaltación vacía, dejando de lado los aspectos más loables de la institución y el abnegado trabajo de los funcionarios de rangos medios y bajos, cuyo esfuerzo es el verdadero cimiento de la jurisdicción.
