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De qué se enamora un político

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Por: José Oscar Fajardo
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Resumen

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“La política no es el arte de gobernar a los pueblos sino de joderlos”, dice el protagonista de una novela. Aclaro que ese no es mi pensamiento, pero sí que en mucho estoy de acuerdo. Un escarceo científico realizado en los Estados Unidos, dio como resultado que los seres humanos no se enamoran con el corazón, como lo han venido afirmando los poetas de todos los tiempos comenzando por los eróticos griegos, sino con el cerebro y sólo se necesitan exactamente 0,5 segundos, lapso en el cual el citado órgano gelatinoso responde liberando compuestos químicos para ponerle cadenas al garrotazo erótico-libidinal.

La investigadora encontró que, en el preciso momento del flechazo, se activan doce áreas en el cerebro que emiten compuestos químicos como dopamina, oxitocina, endorfina y adrenalina, y por lo tanto el proceso de enamoramiento es similar a la respuesta eufórica que provocan los sicotropos, o drogas sicoactivas en el cerebro, y genera una sensación de felicidad como el que se da cuando uno se gana el baloto. Parece mentira, pero es la verdad, y ese es el estándar de comportamiento de un homo sapiens común y corriente.

Pero, ¿De qué se enamora un político? No quiero decir con esto que un político no sea un homo sapiens común y corriente. Por el contrario, en la mayoría de las veces, es demasiado sapiens. Aclaro: sapiens no es torcido, ni cosa parecida. Y además sería incapaz, lo juro, de irrespetar a un político. Los políticos de por sí, tienen dos amores profundos: sus concubinas y los votos que, como el agua para el pez, les son insustituibles para vivir. Los políticos les declaman a sus enamoradas, “Me gustas cuando callas porque estás como ausente/ y me oyes desde lejos y mi voz no te toca/ parece que los ojos se te hubieran volado/ y parece que un beso te serrara la boca”. Y al voto le ora con todo el corazón: Me gustas cuando abundas porque me llegas al alma/ y si vienes de trampa me agrandas las agallas/ parece que todos oyeran mis clamores/ y a mis enemigos mi poder, les cierra la jeta.

Hago estas aclaraciones porque, se acercan tiempos de campañas políticas y, ellos desarrollan toda su capacidad inventiva para lograr que esos votos lleguen, incluso desde el infinito. Como en “El Manicomio más grande del mundo” hay más o menos cien parasicólogos mentalistas por metro cuadrado, y estos a su vez tienen las más diversas y divertidas metodologías, no solo para recuperar amores perdidos por exceso de cornamenta, eyaculaciones precoces por nerviosismo y fracasos eróticos por recogimiento peneal, sino que saben y practican métodos luciferinos para hacer crecer la votación, entonces allí llegan pintorescos candidatos, sobre todo de alcaldías vecinas, a que el Profesor Marrullas o el Parasicólogo Malezza, dos ejemplares de casta, les venda el milagrito para acceder al poder. Como ahora los partidos carecen de ideología, la política se convirtió en un negocio execrable y podrido en extremo.

Y así, en esas condiciones, es más probable que la virgen suelte el niño mientras le limpia el sacratísimo culito, que estos aspirantes a faraones lleguen a la cima. Pero, todos los políticos, como el toro de la Luna, viven obsesionados del poder. Y lo más preocupante es que, así no ganen, de todas maneras, van a gobernar. No obstante, una abrumadora mayoría de ellos no tiene “inteligencia” para ejercer el poder. Pero tienen plata. Eso me induce a crear una metáfora: Si los políticos dejan apichar las elecciones, se va a apichar también la democracia. Si no afinan bien los instrumentos, estoy seguro, no podrán interpretar la ópera eterna de engatusar a la gente. Por ahora no habrá hospital en Barbosa.

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